Ana Pedrero - Desde la Raya
La píldora
Vivir cansa de cuando en vez. Cansa cuando nos cansa la propia vida, el dolor o incluso la soledad, este sol perezoso de febrero sobre un grupo de ancianos sentados contra la piedra que ahora veo, el silencio de los pueblos que envejecen sin niños y sin relevo, sin vocación de continuidad; este tiempo lento que discurre como si no pasara nada en ciudades como la mía, donde los relojes marcan sin prisa las horas, donde el invierno pesa como el plomo sobre las espaldas y el frío te cala hasta los tuétanos cuando baja la niebla y todo es gris, todo es nada.
Mientras España obvia un debate necesario y sosegado sobre la eutanasia y la dignidad en el morir; en Holanda han estudiado una hipotética píldora para administrar a aquellos que se sientan cansados de la vida. Así, como si la vida y la muerte fuesen tan fáciles, una píldora y nada más. Como si decidir morirse fuera una cuestión de hartura, de tedio, como aquel que se cansa de ir a un curso de guitarra o de jugar al tenis por la tarde. Si por ello fuera, esta España Vacía estaría condenada al suicido para completar la pequeña muerte de cada día a la que nos someten con tantas políticas embargadas. Esta España despoblada que da una lección de supervivencia a quienes tanto le han negado para ceder a los chantajes nacionalistas en detrimento del bienestar de todos, en menoscabo de una igualdad que debería aplicarse por derecho. Y así estamos unos y otros, esta Raya del Oeste donde sobrevivimos, a pesar de todo.
Todos en algún momento hemos querido morir, nos hemos sentido muertos por dentro o hemos escarbado en el sentido de la vida. Todos nos hemos sentido vencidos, hemos querido cerrar los ojos sin importarnos si mañana volveríamos a ver la luz, esta luz blanca que ilumina el campo helado, los tejados de los pueblos que mueren solos de olvido sin necesidad de pastillas. Pero la vida es tan cruel como maravillosa, tan generosa como cicatera, y quizá por eso sigamos viviendo, a veces con el corazón hecho jirones, recomponiendo cuerpos y almas, caminando, creciendo, aprendiendo, soñando, alzando el puño. Somos. Quizá no necesitemos esa píldora, sino su antítesis y su antídoto: la alegría de vivir y las cinco razones por las que quedarnos en el mundo. Porque aquí el mundo es la tierra y el cielo, el pan, el curre y la paz. La píldora del futuro, que nuestros pueblos piden a gritos.