Ana Pedrero - DESDE LA RAYA

Lleno de nadie

Plaza Mayor de Zamora GOOGLE MAPS

Ana Pedrero

A mi ciudad ha llegado el otoño con la tristeza de los días sin luz y un profundo nubarrón en el horizonte. Zamora, Castilla y León, forman parte de la España Vacía con la que a algunos se les llena la boca con la misma facilidad que el bolsillo, sin que jamás hayamos escuchado un ‘mea culpa’, un pedir perdón, una renuncia que nos haga creer que de verdad sienten, comparten este dolor de nacer en una tierra con las oportunidades menguadas y la población envejecida, con el peso de los siglos a la espalda y una tremenda fractura intergeneracional. Los jóvenes hace tiempo que se fueron.

Somos una tierra llena de nadie, confinada en parte por unas administraciones que no terminan de encontrar el punto de equilibrio entre preservar la salud y salvar la precaria economía de las pequeñas ciudades y pueblos que viven de los servicios, del comercio tradicional, de la hostelería, de los productos de cercanía, del pan recién horneado, de los artesanos y las tiendas de barrio. Una tierra eternamente confinada en este silencio que cala hasta los huesos. Silencio que para subsistir también vendemos como refugio del mundo, como atractivo turístico. El silencio de los mansos, el silencio de los muertos, que son los únicos que hablan sin palabras.

En este silencio grita la rabia de quienes levantaron sus negocios con esfuerzo y se ven abocados a cerrar. Tantos locales, tantos sueños. La angustia de quienes no saben si mañana se quedarán en el camino. La lucha titánica de quienes buscan con uñas y dientes nuevas fórmulas con un margen tan estrecho para la supervivencia que apenas pueden ni respirar.

En este oeste rayano que cerca el Duero se respira el miedo, no sé si más al futuro que a la propia enfermedad, porque también se muere de hambre, de asco o de ira, que cada vez aflora más en las redes, en el tú a tú. Pesa demasiado este lleno de nadie en las barras, en los parques y en las calles que el invierno transforma en eriales; desiertos de asfalto con solitarios en la niebla, que vendrá pronto.

Confinamiento, cadena perpetua de los lugares sin industria donde las pequeñas y medianas empresas se tambalean mientras nadie escucha el grito sordo de sus gentes, que son las mías, con el corazón roto y el puño apretado, sin un Dios al que demandar los pasos en falso de los hombres.

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