Ana Pedrero - Desde La Raya

Se llamaba Laura

«Laura era una mujer más en un mundo en el que las mujeres hemos tomado las calles para reivindicar una igualdad real, una sociedad más justa y solidaria, para reclamar nuestro lugar sin las cadenas, el peso de una historia contada en masculino»

A. D.

Ana Pedrero

Se llamaba Laura, como la menor de mis primas, química; como la teniente de alcalde de Zamora, puño en alto; como la dulce Laura Mayalde, que canta sus nanas desde Salamanca al mundo. Una Laura entre miles. Mujeres, trabajadoras, amigas, madres, compañeras. Era zamorana, como yo. Como todos los que nacemos junto al Duero y crecemos a la sombra de la muralla. Le gustaba el dibujo, como a todos sus compañeros de Bellas Artes. Como a los que buscan la belleza; una entre millones de artistas que plasman sus sueños sobre un papel en blanco. Viajó de norte a sur como tantos otros jóvenes para ganarse el pan, feliz con su curre recién estrenado. Una joven profesora entre miles de jóvenes profesores.

Una mujer con el cabello al viento que sabía que el hombre no es el enemigo porque conoció el amor de un padre y de una madre que guiaron sus pasos por la libertad; de un hermano y de una hermana; de un novio al que le partieron en dos el corazón. Ahora cada poco ven su foto en los periódicos, un pedazo de sus vidas que de pronto se ha hecho público rompiendo su mundo, recordando la tragedia. Un vecino la intimidaba con su descaro. Aquel vecino.

Laura era una mujer más en un mundo en el que las mujeres hemos tomado las calles para reivindicar una igualdad real, una sociedad más justa y solidaria, para reclamar nuestro lugar sin las cadenas, el peso de una historia contada en masculino. Pero dejó de ser una más el día que se cruzó con un asesino que profanó su cuerpo y le robó la vida. Maldita la hora. Nos partimos el pecho y la camisa gritando que somos libres. Que podemos ir donde queramos, cuando queramos, con quien queramos.

El pecado de Laura fue salir a comprar, sentirse segura en la calle, dueña de sí misma. El pecado nuestro, de una sociedad y una justicia que falla estrepitosamente, es que vivía frente a un monstruo, frente a un asesino, una mala bestia que no debía estar en libertad. No supimos, no sabemos protegernos. No soy madre, pero a las que vienen detrás les deseo que hagan su voluntad sin ser juzgadas por salir a correr, por quedar con un amigo o por llevar la falda más corta. Y aunque conjugo la libertad en sus oídos, sé que nunca seremos libres mientras seamos caperucitas en un bosque lleno de lobos, mientras exista el miedo cuando cae la noche, mientras seamos moneda de cambio en los debates políticos.

Era una entre todas. Una más. Ni una más.

Se llamaba Laura. Somos todas.

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