Ana Pedrero - Desde la raya

Hacer la cruz

Cada cuatro años me asombra la capacidad de olvido de un pueblo desmemoriado, el mío, que agacha la espalda y marca la cruz en el nombre de quienes le han hecho la cruz a mi tierra

Ana Pedrero

Como cada cuatro años se han asomado a nuestros buzones de correo, a nuestras televisiones y periódicos, a nuestras redes sociales y a nuestras ciudades los rostros de quienes concurren mañana a las urnas con la boca llena de promesas. Rostros en su mayoría que nos venden como renovadores aunque sean perros viejos en el oficio de medrar despacho tras despacho ensuciando el noble ejercicio de la democracia. Algunos aún no lo han aprendido aunque casi nacieran profesionales de la cosa.

Rostros que se acuerdan del ciudadano para pedirle que marque, que haga la cruz junto a su nombre para ser nuestra voz en las instituciones, para dirigir un país que les queda grande para hacer política de verdad y jugar de cuando en cuando a ser dioses en sus reinos de Taifas. La cruz. Marcar una cruz, solo eso, tan fácil, aunque a veces sea ahondar los cimientos de una cruz de plomo que se alza sobre nuestra tierra, sobre Castilla, sobre León, sobre esta Raya y este oeste a cuya sombra languidecen poco a poco nuestros pueblos.

Hacer la cruz. Yo no voy a hacer la cruz junto al nombre de los que le han hecho la cruz a mi tierra, a mi gente. A quienes han convertido el servicio al ciudadano en un juego de tronos. A quienes han convertido las instituciones y los partidos políticos en su cortijo particular. A los que han crucificado a tantos jóvenes en un éxodo sin retorno. A los que coronaron con espinas la más bella rosa, el verso libre que floreció en un promontorio rodeado de lobos. A los que han dictado sentencia con la cruz de su dedo para decidir en un despacho quién puede ganarse el pan en esta tierra, en función de que bailen al son que su metrónomo marca, abonando el voto cautivo de los estómagos agradecidos.

No voy a hacerle la cruz a quienes han sembrado de cruces una tierra de nazarenos donde te venden con un beso y te crucifican por ser libre, por no escribir al dictado de nadie, por no vender tu alma por un puñado de monedas. Cruces que nos han convertido en un inmenso cementerio.

Cada cuatro años me asombra la capacidad de olvido de un pueblo desmemoriado, el mío, que agacha la espalda y marca la cruz en el nombre de quienes le han hecho la cruz a mi tierra.

Yo les hice la cruz hace tiempo.

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