Ana Pedrero - Desde la Raya

El eterno regreso

«Es el tiempo del reencuentro, del regreso de todos los que se tuvieron que ir y acuden a la llamada telúrica, casi mística, de una semana heredada de sus padres que enseñan a sus hijos»

Semana Santa de Zamora en una imagen de archivo ABC

Ana Pedrero

Todos los caminos conducen hoy a mi tierra, Zamora. El Nazareno de la orilla izquierda del Duero tomaba el Jueves la Cruz y cruzaba el puente, abriendo así una nueva Semana Santa.

Mientras escribo, en el arrabal del Espíritu Santo los vecinos velan a su Cristo gótico y en la Catedral el Jesús de los vivos y de los muertos está listo para ir a hombros de mis hermanos de paso este sábado hasta los muros del camposanto. En sus brazos abiertos descansan todos los que hicieron posible que el pueblo zamorano perpetúe año tras año, siglo tras siglo, la Pasión.

Hoy todos los pasos conducen a mi tierra, esta tierra vacía con excedente de exiliados forzosos. Es el tiempo del reencuentro, del regreso de todos los que se tuvieron que ir y acuden a la llamada telúrica, casi mística, de una semana heredada de sus padres que enseñan a sus hijos, algunos ya en segunda o tercera generación. Es la voz profunda de la tierra, de la sangre; el sonido de las esquilas del Barandales, de la corneta y el bombo del Merlú que ponen en pie a mi ciudad, a mi gente.

Es una paradoja: Cristo viene a morir cada año murallas adentro para que Zamora resucite, para que la ciudad y la provincia sean un continuo abrazo de bienvenida; la alegría del encuentro, el rumor del gentío, las voces jóvenes en la calle, el lleno en los bares, hoteles y restaurantes, donde es casi imposible hacerse un hueco en la barra o encontrar una silla libre para reposar el trasiego entre procesión y procesión.

La Zamora Vacía cobra vida, regresan los amigos de la infancia, que viven con los pies en otras provincias y el alma en esta tierra. Aquí nace todo, aquí todo es vida, corazón, fuerza, en esta semana de duelo.

Llegará la Resurrección y con ella la pequeña muerte de mi ciudad, ese silencio que tanto duele. La eterna penitencia de Zamora es ponerse en pie sobre su sepulcro cada año para morir después, cuando todo canta a la primavera. Ese es también nuestro milagro.

Sobre el dolor, y la enfermedad, cerramos dos años de espera. Hoy pondremos sobre los hombros del Nazareno la cruz de cada uno que nos quema la piel. A sus pies, junto al Duero, siempre comienza la vida.

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