Ana Pedrero - Desde la Raya

A dónde irán los besos

Una de las calles de Valladolid durante la cuarentena por el coronavirus F. BLANCO

ANA PEDRERO

Cuando la muerte me robó tus labios pensé que jamás echaría de menos otros besos, otros abrazos, la presencia de nadie, el calor de una sonrisa, como si me hubiese exiliado de todo. Que el mundo se acababa en el palmo de tierra donde descansabas. Pero el mundo continuó girando sin detenerse y el tiempo me demostró que la vida siempre se abre paso, que somos supervivientes sobre nosotros mismos incluso en las peores situaciones.

El escenario parece de película, sí. Pero es real. Hace apenas diez días la vida era lo cotidiano, salir, entrar, tocar, besar, acariciar. Vivir, vivir sin miedo. Pisar la calle, sonreír al vecino, mirar de frente. Éramos frágiles y nos creíamos invencibles. Y ahora es esta pesadilla la que nos clava los pies en el suelo, la que nos devuelve la realidad en forma de bofetada.

Me da igual si es una guerra fría o un accidente de laboratorio; si es casual, si es una batalla despiadada por el control de las farmacéuticas o si es un castigo divino como dicen los nuevos profetas. Ni siquiera me duelen ahora mi cuenta con telarañas, mi precario estatus de autónoma, mis sueños rotos, los trabajos a medias. Puede más este presente, esta realidad que nos ha hecho pequeñitos de repente ante la inmensidad de un pequeño, invisible virus. Esta lucha que tenemos que ganar.

La naturaleza se ha desbocado y nos ha puesto contra las cuerdas, ha paralizado al mundo. Ya hay más de mil y habrá nuevos muertos y dolor, mucho dolor. Habrá desesperación y desesperanza y miedo. Y también un puñado de hombres y mujeres, cientos, miles, que desde sus trabajos en los hospitales, servicios mínimos, medios de comunicación, supermercados, transportes, farmacias, residencias o cuerpos de seguridad, están sosteniendo, levantando el mundo. También nosotros desde nuestras casas, que permanecen con las puertas cerradas al virus, blindamos almas y corazones al desaliento. Así debe ser.

Y habrá un después. Y será primavera, o verano. Habrá un después. Llegará el día en que abriremos de nuevo puertas y ventanas. Ahora, aquí, miro las calles vacías, escucho los pájaros ajenos al confinamiento, canto y cuento las horas. Y pienso a dónde irán los besos o si regresarán algún día; si seremos capaces de volver al abrazo, de sonreírnos, de mirarnos sin miedo. Quizá la libertad, la vida, era todo esto, sólo esto, y no lo sabíamos.

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