Ana Pedrero - DESDE LA RAYA

La cruz

«Lejos quedan aquellos tiempos de sensatez, tolerancia y respeto que vivió España en una Transición ejemplar que marcó mi infancia»

Ana Pedrero

«La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está», respondía Enrique Tierno Galván cuando le sugirieron retirar el Crucifijo de su despacho como alcalde de Madrid. Agnóstico declarado, al prometer, que no jurar, su cargo, lo hizo ante la Constitución y el Crucificado, símbolo de quien da su vida por una causa noble. Lejos quedan aquellos tiempos de sensatez, tolerancia y respeto que vivió España en una Transición ejemplar que marcó mi infancia. Aquella libertad sin ira. Lejos aquella izquierda de creyentes y no creyentes que edificó una sociedad plural dejando atrás el zarpazo de una guerra civil, el rancio nacional catolicismo y una larga dictadura. Ese, y no otro, era el primer mandamiento. La paz.

La Cruz del Valle de los Caídos es sufrimiento para unos y para otros victoria. No hablo de la contienda fratricida. Para quienes creemos, la cruz es dolor y la primavera, vida sobre la muerte. Sería hermoso interpretar esa gran cruz como promesa donde tantas lágrimas llovieron; libertad sobre tantas cadenas; amor echando flor sobre la semilla del odio. La Cruz es bandera de la Iglesia pobre y misionera, esperanza en tiempos sin esperanza; estos tiempos de otras cruces.

Derribad las cruces que se alzan en mi tierra como en un gran cementerio. La cruz de los pueblos vacíos, sin niños, escuelas ni consultorios; la cruz de las madres que ven partir a sus hijos, de los que se ganan el pan lejos. La cruz de soledad y vejez, el silencio de los inviernos. El desempleo, la falta de oportunidades; la cruz de los autónomos que cierran los negocios que levantaron en tierra hostil, de frontera, de paso.

Cruces invisibles que se clavan en el pecho como espadas. Cruces bajo cuya sombra esperamos la resurrección que no llega, un milagro que depende de los hombres y no de Dios.

Poco ha aprendido la izquierda de aquel viejo profesor que defendía la libertad de credo sin complejos; que quiso tener cerca la Cruz que hunde sus raíces en un establo humilde, en tierra de pastores, como la mía.

La Cruz ante la que rezo es el árbol de la vida; cicatriz, herida que jamás debió abrirse en esta España que repite errores del pasado. Dejad la cruz en la tierra, desenclavad al Dios vivo en el que creo: nació desnudo, entre los parias del mundo, y anduvo sobre la mar.

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