Ana Pedrero - DESDE LA RAYA

Brindis sin mentira

«El tiempo pesa como el plomo sobre los hombros y siento que nos han robado este año sin poder escupir mi rabia sobre alguien concreto, sin poder culpar a nadie y culpando a todos a la vez»

Ana Pedrero

Esta mañana he visto furgonetas de reparto por las calles, he escuchado la sinfonía de vidrio cargando las cámaras de la hostelería y ha sido como un soplo de vida y memoria, como si ese movimiento, esos sonidos, me devolviesen lo cotidiano ahora que nada es cotidiano; que lo cotidiano es el goteo de muertos como un rosario de cuentas mal sumadas. Como si en vez de meses fuesen siglos los que nos separan de la vida de siempre, nuestra vida sin nosotros; como si me aflojasen un poco este corsé, esta angustia que a veces siento en el pecho y en el estómago. Como si me soltasen el nudo que ata mis manos y mis pies, la sociedad, el mundo.

El tiempo pesa como el plomo sobre los hombros y siento que nos han robado este año sin poder escupir mi rabia sobre alguien concreto, sin poder culpar a nadie y culpando a todos a la vez por este atraco, esta cárcel, esta pesadilla con las familias, los amigos, separados por invisibles cierres perimetrales, aforos arbitrarios, comités de expertos sin expertos. Heridas sin abrazos, lágrimas sin pañuelos, duelos a puerta cerrada. No saber, tanto miedo en las miradas de nuestros mayores, rehenes de su edad y de estrictas medidas de protección que a la larga son una condena al aislamiento.

En las calles ya han encendido las luces que anuncian la Navidad, esas luces proporcionales al vacío de esta España rayana, a las arcas repeladas de los pequeños municipios, nuestra tierra yerma del oeste. Es ese Cielo Vaciado, salteado con bombillas deslabazadas; restos de serie de las grandes urbes que en los pueblecitos parecen luces de puticlú de carretera deseando Feliz Navidad a medio gas; bienvenida y despedida para quienes los atraviesan de madrugada. Cuánta soledad.

Ya no hay memes sobre el virus, ni bromas sobre el paseo del perro o el papel higiénico. Hace tiempo que dejaron de sonar los aplausos en los balcones, el Resistiré en los altavoces y el silencio del toque de queda sólo se rompe con la sirena de alguna ambulancia. Quizá otro más camino de la UCI.

Entonces recuerdo el vidrio en las cámaras, el lento retorno a la vida, mi escueta sonrisa, y pienso que tanta lucha, tanto sacrificio, el mero hecho de estar vivos, es el único brindis por el que alzaría mi copa entre tanto brindis con mentira.

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