Ana Pedrero - DESDE LA RAYA
Aquellas pequeñas cosas
«Esto era la vida. Reconocernos en la risa sin filtros, en los ojos, el apretón de las manos que no conocía el gel hidroalcohólico. Compartir el pan y el vino, el primer helado en una terraza, beber del mismo vaso»
Sonreír, pisar descalzos la hierba, mezclarnos, viajar en un tren o en el bus. Nadar sin prisa rezumando verano por los poros. Jugar en el parque, gastar suela en las calles pelando la pava. Brindar, celebrar. Ir y volver con el viento en la cara, un beso en los labios, caricias en los dedos, el abrazo en el pecho, esa fuerza que transmiten los brazos cuando se convierten en asideros a la alegría. Entrar, salir, sin cupo ni aforo limitado, sin colas, sin cita previa, sin distancias mínimas. Hablar al oído, decir en voz baja el primer amor.
Esto era la vida. Reconocernos en la risa sin filtros, en los ojos, el apretón de las manos que no conocía el gel hidroalcohólico. Compartir el pan y el vino, el primer helado en una terraza, beber del mismo vaso.
Esto era la vida. Aquellas pequeñas cosas que cantaba Serrat que tejían invisibles nuestros días, todos los días, tan cotidianas, tan sin anunciarse que apenas nos dábamos cuenta del valor de un abrazo, de dos besos apresurados en la calle en estas ciudades pequeñas donde todos nos conocemos, nos saludamos, nos tocamos, nos sentimos.
El mundo dejó de girar a mediados de marzo, nos ha dictado nuevas normas y también un sentimiento de pérdida por todo aquello que, por repetido, dejaba de tener valor. Nos empeñábamos en soñar por encima de nuestras posibilidades sin darnos cuenta de que teníamos un tesoro impagable en las manos, en los ojos, una fuerza invencible en la sonrisa. Sin saber siquiera que vivir es fácil, que vivir es apenas un guiño, un abrir y cerrar de ojos; que la vida es apurar cada segundo como si no hubiera uno más allá, una acción de gracias por el presente sin perder un solo minuto en lamentarnos por lo que no está a nuestro alcance, sin dibujar imposibles.
Mientras esto escribo mi amiga Ana, que tanto ha luchado, acaba de irse al otro lado de la vida y todo se queda en blanco y de repente me echo encima todos los años que tengo, todos compartidos con ella desde niñas y todo es silencio en mí. Ana ha regresado a casa, porque los ángeles cuando mueren vuelven al cielo y ella ha sido un ángel en la tierra. Y ahora, en su memoria, retomo estas palabras, este canto a la vida, al ahora. A todas esas pequeñas grandes cosas.