Residencias de mayores
Para que nada cambie «en mi casa»
Vivir en un centro de mayores ya es posible sin perder independencia y autonomía personal y con todas las necesidades asistenciales y sociales cubiertas
Ángela se afana con unas prendas a las que quiere quitar las etiquetas identificativas; Rosario lee con interés el periódico; Carmen se dedica a su ganchillo; desde la puerta, Tomás las observa con interés antes de decidirse por salir a la enorme terraza para cuidar, casi mimar, la pequeña huerta de la que cada año pueden saborear esos «tomates de verdad». Son cuatro de los siete residentes que en ese momento comparten una de las estancias comunes -dividida en una salita y una pequeña cocina- de la «unidad de convivencia» de la Residencia Cardenal Marcelo de Valladolid. Son, en total, catorce los mayores «afortunados» de los 206 residentes del centro que viven conforme al modelo «En mi casa» impulsado por la Junta de Castilla y León y primero en desarrollarse en España. El objetivo es acabar definitivamente con la imagen de aquellos «asilos» en los que los ancianos poco o nada podían aportar a sus propias vidas por falta de actividad y motivación. Hoy, con este nuevo sistema impulsado por la Consejería de Familia, se pretende conseguir que las residencias se conviertan en auténticos hogares que permitan a sus inquilinos toda la autonomía e independencia que precisen. Y, a tenor de las opiniones de los residentes del Cardenal Marcelo (centro gestionado por la Diputación de Valladolid), parece que lo van consiguiendo porque todos quieren acceder al modelo, realidad que se suma a las 267 solicitudes que componen la lista de espera para entrar en el centro vallisoletano.
Ángela tiene 86 años y acaba de celebrar su cumpleaños con un nuevo aliciente porque «en la cocina podemos hacer bizcochos, rosquillas, crepes....» Hace dos años que vive en la residencia y uno, en «El Olmo», el nombre que entre todos eligieron para la «unidad de convivencia», instalada en toda una planta en la que desde un largo pasillo se accede a las catorce habitaciones individuales , a la sala-cocina, al comedor y a la enorme terraza. «Al final pensamos que el nombre tenía que recordar sus orígenes, porque casi todos proceden del mundo rural», señala Olga de Vega, la coordinadora de la unidad. Ademas, «El Olmo» es un evidente homenaje a Antonio Machado, pero no «al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido...», sino al que «...con las lluvias de abril y el sol de mayo/algunas hojas verdes le han salido», que reza el poema. Es decir, a la esperanza. Tal vez por eso, los inquilinos de este lugar se sienten más vitales, aprovechando la oportunidad que les da el poder desarrollar su «proyecto de vida», como se denomina (según la normativa recientemente aprobada), a algo tan sencillo como que los residentes tengan el control de sus propias vidas y puedan seguir haciendo todo aquello que les gusta y les hace felices. Así que Ángela asegura que «siempre tengo cosas que hacer» y se muestra encantada con «las chicas (como llama a las auxiliares), porque son muy cariñosas».
Estas cuidadoras, que se mueven por la estancia pendientes de cuanto puedan necesitar los residentes, algunos de ellos con cierto nivel de dependencia, son ahora «profesionales de referencia» -otra novedad del nuevo modelo-, que establecen con el mayor una relación de apoyo y están encargadas de su atención, de su «proyecto de vida» y de la resolución de problemas y demandas. En el Cardenal Marcelo cada una de ellas responde de tres o cuatro mayores. Es, precisamente eso, lo que destaca Rosario, la lectora del grupo. Llegó hace dos años desde Tordesillas y lleva uno en la unidad. «Las chicas son muy amables y en cuanto llamo por algo aquí están», asegura, pero destaca, sobre todo, que «tengo más libertad». Y es que gracias a su independencia se levanta a las siete de la mañana, aunque hasta las nueve permanece en su habitación «porque me gusta leer y escribir». Los horarios también son más flexibles . A las nueve y media se desayuna, pero si llegan más tarde, tampoco pasa nada porque en la cocina siempre se puede calentar el desayuno, que se hace en el centro, o rescatar algo de la nevera a la que suelen ir colaborando los residentes de «El Olmo» y sus familiares. Después, la mañana es libre y cada cual decide. Se puede participar en las muchas actividades del centro, ver la televisión (los programas de cocina tienen mucho éxito), salir fuera, pasear o permanecer en la salita, donde actividades nunca faltan, o en sus habitaciones. También hay tiempo para las visitas. «Los familiares vienen más por el centro porque se les da más participación», señala Olga de Vega. Incluso, pueden comer con los residentes.
Carmen hace cuatro años que vive en la residencia Cardenal Marcelo y más de uno que está «como una señora», dice entusiasmada al referirse a «El Olmo». Al comparar su vida actual con la anterior enfatiza que «es como del agua al vino», haciendo honor a su localidad natal, Quintanilla de Onésimo, en plena Ribera del Duero. Son apreciaciones que también comparten los familiares, como Martina, que casi todos los días comparte unas horas con su hermana Prudencia en la pequeña salita y que reconoce que «ahora se está mejor, es más acogedor, estás más en familia y con más atención».
En eso coincide con el director de la residencia Cardenal Marcelo, Luis Alonso, un centro que abrió la unidad de convivencia el 1 de julio de 2014 y que hace un balance «muy positivo» que ha permitido que ya se piense en una segunda unidad, con 16 plazas. «Hemos comprobado fehacientemente y científicamente que es positivo para las personas mayores y que mejora su calidad de vida de forma llamativa», asegura. A su juicio, la clave está en los profesionales y en la actitud que demanda el nuevo modelo. «El personal tiene por bandera la atención directa y continua a los mayores», insiste Alonso, lo que se traduce en que «a la persona se la escucha y, si le gusta pintar o coser, se busca el momento en el que lo puede hacer». Al final, el éxito del sistema está en la metodología y la actitud del trabajador. «El modelo se fija en las capacidades del mayor, no en las limitaciones», explica la coordinadora de la unidad.
El resultado, según cuenta Luis Alonso, es que se producen casos como el de Pía, que llegó hace un año a «El Olmo» a sus 93 años cumplidos procedente de un centro privado y después de sufrir tres ictus. No andaba, ni hablaba ni comía. Hoy ya puede andar, se comunica perfectamente y, aunque «no hacemos milagros», puntualiza el director del centro, sí se pueden conseguir muchas cosas escuchando y ayudando.
Lo que no puede ser, insiste el director de la residencia de la Diputación de Valladolid, es que «un mayor ingrese en el centro y a partir de ahí todo su pasado se olvide, cuando hay que intentar que aquí disponga de todo lo que tenía y hacía en su casa».