Fernando Conde - Al pairo

Palacio y acueducto

«El acueducto romano es, por delante incluso del Pont de Gard francés y del Coliseo romano, uno de los mayores desafíos que el hombre le ha planteado al tiempo y a su paso»

ICAL

En los últimos años, Segovia se ha convertido en el barrio más visitado de Madrid . La llegada del AVE a la ciudad castellano y leonesa, a pesar de la excéntrica ubicación de la estación Guiomar, ha multiplicado significativamente el número de visitantes. Segovia ha quedado a billete de tren de la siempre concurrida capital. Un casco histórico bellísimo , una catedral recortada contra el cielo y un alcázar enriscado sobre ese Eresma al que afluye con discreción el Clamores son argumentos más que suficientes para justificar la visita. Pero qué duda cabe que el mayor imán segoviano es esa médula de pedernal que la vertebra.

Ahora que los arquitectos new age no saben siquiera proyectar obras que se adapten a los entornos que las han de acoger (véase el ejemplo del puente recién inaugurado en Valladolid como pista de patinaje sobre hielo) , se pone de manifiesto, aún más, la maestría y la pericia de aquellos arquitectos e ingenieros romanos, capaces de elevar al cielo una obra «aere perennius» (más duradera que el bronce… horaciano). El acueducto romano es, por delante incluso del Pont de Gard francés y del Coliseo romano , uno de los mayores desafíos que el hombre le ha planteado al tiempo y a su paso, a la naturaleza y a sus fuerzas y a esa inclinación destructiva que ha hecho de la especie humana principio y fin de todas las cosas.

Y bien merecía el acueducto un centro de interpretación propio, un monumento al monumento. Por eso, allá por 2005, quien suscribe lo propuso. En aquellos tiempos andaba el obispado de Segovia preocupado por la situación de su palacio episcopal. Se trataba -se trata- de un edificio plateresco y majestuoso ubicado en la plaza de San Esteban , de fachada almohadillada al estilo romano, con múltiples dependencias y unos cinco mil metros cuadrados de espacio sin apenas uso. Un museo diocesano, sin mayores perspectivas, y una pequeña oficina del propio obispado eran el exiguo ajuar que contenía. De ahí que la opción de alojar un centro de interpretación del acueducto sonara bien. Tanto que incluso se llevó al papel en un convenio firmado por la Consejería de Cultura y Turismo y el propio obispo de entonces, Luis Gutiérrez . No faltó en aquel intento el listillo de turno con ganas de colgarse la medalla. Pero finamente ambos, listo y proyecto, se quedaron en lo diminutivo, papel mojado.

Hoy parece que una nueva iniciativa, auspiciada por el obispo actual, César Franco , llegará a buen puerto en forma de museo consagrado a la orfebrería religiosa de la diócesis. Es una buena noticia. El palacio bien lo merece. El acueducto quizá algún día tenga también un monumento a su persistencia y majestad. También quienes lo construyeron lo merecen.

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