Antonio Piedra - NO SOMOS NADIE
Pabellones de Salomón
«Lo que fuera ruina y cobijo de grajos y vandalismo de fin de semana, empieza a recuperar aquella luz envolvente que daba Bernardo de Claraval a sus monasterios»
El día que la consejera de Cultura, Josefa García Cirac, daba el notición del incremento presupuestario en cultura y turismo de Castilla y León para el próximo ejercicio, en Cabezón de Pisuerga -con humildad bernardiana pero dentro de la grandeza arquitectónica que ampara todo monasterio cisterciense- se celebraba una sencilla y concurrida ceremonia: el 802 aniversario de la constitución de Santa María de Palazuelos. Cita obligada desde hace tres años porque hablamos, arquitectónicamente, de una auténtica resurrección de la que fuera casa matriz del Císter en Castilla. Un emporio de belleza que arruinaron las sucesivas desamortizaciones, las guerras, y la dejadez política.
La sociedad civil se puso en marcha en 2013 con lo único que tenía: las manos para trabajar dentro de una ruina, la ilusión de restaurar el patrimonio como algo propio, y hacerlo bien. Lo que son las cosas: tres condiciones que exigía Horacio para levantar algo con dignidad. A un alcalde obcecado y emprendedor como Víctor Coloma, se le unieron de inmediato un arquitecto de riegos como Alberto Martínez Peña -actual director del proyecto-, un arqueólogo enamorado de las piedras como Arturo Balado, un agente cultural de primera como Justino Díez, un director de Patrimonio como Enrique Saiz que lucha contra las inclemencias, y cientos de voluntarios que con pico y pala, y brocha suave, trabajan a destajo. La nueva corporación de Cabezón, que lidera Arturo Fernández, ha recogido el testigo como propio y con nuevos bríos.
En poco tiempo, el resultado no ha podido ser más espectacular. Lo que fuera ruina y cobijo de grajos y vandalismo de fin de semana, empieza a recuperar aquella luz envolvente que daba Bernardo de Claraval a sus monasterios, y que estaban construidos, según el gran reformador, como si fueran los pabellones de Salomón dentro de la ciudad de Dios con vistas a un «estado de eternidad». Lo que fuera historia arrasada, resurge como verdad cervantina: como «testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, y advertencia de lo por venir». Y lo que fuera deserción artística y cultural es ya una espuela clavada en mitad de una recuperación que nos hace temblar ante los errores.
En los grandiosos paños de la iglesia cisterciense de Palazuelos -sólo piedra en una línea de belleza desnuda y sutil hasta que se pierde del todo la blancura de la materia- se ha colgado este año una gran exposición de Javier García Prieto. Hablamos de un pintor de esencias metafísicas y de coloridos espaciales que aquí, en Santa María de Palazuelos, adquieren la dimensión de una forma que anonada, y que hace comprensibles los misterios de la arquitectura y de la pintura. Mucho resta por hacer aún en la recuperación de este gran monasterio que está a un tiro de piedra de Valladolid, y que necesita chutes de cooperación institucional. Alguno.