Fernando Conde - Al pairo

Olmedo Clásico

Con su empuje, su constancia y su conocimiento han logrado devolver al teatro su estatus de lugar común, de argamasa social y de elemento lúdico

Que un festival de teatro clásico cumpla once ediciones es una noticia esperanzadora en sí misma, al menos desde un punto de vista cultural; que además se reconozca pública y notoriamente el acierto en su concepción, la valía de quienes lo idearon y una trayectoria jalonada de éxitos es, sobre todo, una rareza. Y lo es porque, en este país, los políticos, que en este caso han sido quienes han promovido el merecido reconocimiento, suelen estar más pendientes de cosechar aplausos que de aplaudir. Y en Olmedo Clásico, curiosamente, quienes han obtenido la gloria y han recibido los «Víctores» no han sido quienes firmaron el presupuesto, sino quienes pusieron la simiente. ¡Todo un estreno!

Que Germán V ega, como instigador del asunto, y Benjamin Sevilla , como puntal imprescindible, hayan sido los protagonistas de este homenaje no es otra cosa que justicia bien administrada. Y si valoramos en su conjunto todo el trabajo desarrollado a lo largo de este decenio ya rebasado, se puede afirmar sin temor a equivocarse que la cita olmedana se ha convertido en todo un referente dentro del panorama teatral español, y por derecho propio. Y aunque es muy probable que en origen los creadores de este festival no buscaran cubrir un hueco que, de algún modo, ya rellenaban Almagro o Mérida con los suyos, lo cierto es que con su empuje, su constancia y su conocimiento han logrado devolver al teatro su estatus de lugar común, de argamasa social y de elemento lúdico. Funciones primordiales que las tablas habían visto desaparecer en las últimas décadas víctimas de otros divertimentos más fáciles y livianos. Por eso, si cabe, tiene aún mayor mérito el hecho no sólo de haber arrastrado hasta la villa del caballero lopiano a los amantes incondicionales del arte de Talía y Melpómene , sino también a miles de aficionados de cercanía que cada año abarrotan la Corrala del Palacio del Caballero o cualquiera de los escenarios alternativos de que se sirve la cita.

Porque cada año el festival -quien lo probó, lo sabe- no sólo acoge a muchos olmedanos orgullosos de lo construido, sino también a muchos espectadores de los pueblos cercanos, las comarcas limítrofes y la propia capital. Asistentes que no desaprovechan la ocasión de revisar y revisitar a los clásicos puestos a la luz de la modernidad. Y así seguirá siendo si la sensibilidad y el buen tino asisten en el futuro a quienes tienen la posibilidad y la obligación de seguir garantizándolo .

¡Que así sea! Y como dicen en la jerga propia, mucha «mierda» para sus ya reconocidos artífices.

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