Nunca es tiempo

Sorprende que militantes y palmeros esperasen que el pasado 24 de febrero Juan Vicente Herrera destapara el tarro de las esencias para revelar una decisión o sacar un índice señalador en la Junta Directiva del PP de Castilla y León. El discurso escondió lo obvio en pirotecnia, una habilidad de merecido reconocimiento en el presidente, y lo tiñó de una tonalidad cortesana. Allí los prohombres del partido comprobaban una vez más como se entretenía con el juego de los enigmas que nunca se sabe si responden a la indecisión hamletiana que le atenaza o al divertimento del rey con su corte. Marcó unas fechas, unos presupuestos, ya conocidos, y entretanto a observar desde la barrera movimientos y lealtades.

Herrera bien sabe que hace tiempo tenía que haberse echado a un lado, sin embargo no encuentra nunca el momento oportuno por mil avatares de la política, y siempre lo deja para la próxima vez, sin advertir que la mejor ocasión fue la que pasó. El presidente verbaliza su cansancio, se mira en el espejo algunas mañanas y observa la realidad de su partido, que está hecho unos zorros en algunas provincias (no solo en Soria, cada vez en más en Burgos, Valladolid y otras), aunque se mantenga cohesionado porque tocan poder y por esas expectativas de un futuro que nunca llega. Entre tanto el tiempo pasa y los recambios y las generaciones nuevas se queman correteando por la banda a la espera de entrar en el partido. A fin de cuentas, los largos periodos de mandato tienen tres nefastas consecuencias: la pérdida de ilusión y empuje, el clientelismo, y taponar la llegada de personas válidas con ideas renovadas.