Antonio Piedra - No somos nadie
Nunca estorban
«Horror el de ciertas leyes, hechas por políticos, que muestran una increíble sensibilidad y condescendencia con los presuntos delincuentes»
Hoy 14 años de la masacre en Atocha. 193 muertos y 2057 heridos. Un asesinato en masa que algunos ocultan como el exterminio en Auschwitz o el Gulag soviético. Hay resúmenes digitales de impacto, por ejemplo el que ayer mismo exhibía Wikipedia, que tratan el hecho con una intencionalidad sospechosa o falta de rigor. En el resumen aludido se resalta la fecha, el autor, el perpetrador(es), heridos, lugar, y ubicación. Así, como si se tratare de una acción incruenta o de algo que se quiere disimular por alguna razón inconfesable. Para enterarse del número de muertos, hay que pinchar en otro sitio: concretamente a la izquierda del panel. Sólo entonces barruntará que se trata de la mayor masacre ocurrida en la Europa de las libertades y del bienestar. Lo que evidencia un lamentable lapsus o una intolerable manipulación.
Ser víctima en España, como ayer demostró ABC al publicar la carta del presunto asesino de Diana Quer, equivale a un horror continuado e indescriptible. Horror, en primer lugar, por parte de unos políticos insensibles y oportunistas que politizan la pena hasta la náusea que denunciaba Lucrecio antes de Jesucristo, y que se basa en lo que realmente sienten, que suele ser nada. Cuando esto ocurre, decía el filósofo del epicureísmo, no sólo sufre la sociedad entera, sino que además «toda nuestra razón se convierte en falsa». Ahora mismo socialistas, podemosos, riveristas y rajonianos discuten sobre la prisión permanente revisable. ¿Discusión? Para algunos se trataría más bien de una certificación a la carta del «Chicle» que, como mucho -el pavo ya ha echado la cuenta para que sus padres no sufran demasiado-, pasará 7 años en la cárcel por matar a una chica inocente.
Horror el de ciertas leyes, hechas por políticos, que muestran una increíble sensibilidad y condescendencia con los presuntos delincuentes. En el caso concreto del 11-M, con todas las leyes en la mano y la inteligencia de los jueces, seguimos sin saber la autoría material y la intelectual, cuál fue el explosivo de la muerte, la causa de un asesinato tan vil, y el basta ya. Horror también el de unos ciudadanos acomodaticios que todo lo reducen a ponerse un lazo en la solapa para que sepa el vecino lo que le interesa el feminismo, el independentismo o el zumbido de un mosquito.
Mientras, los muertos y las víctimas del 11-M, por enésima vez, se mueren de olvido en un monumento desvencijado, cutre, con goteras, en un deterioro progresivo, semiclandestino, y al que no hay modo de acceder porque o no se señaliza o está cerrado. Hoy domingo, 11 de marzo, la hipocresía y la cobardía de ciertos políticos nos dará otra lección mediática infumable poniendo flores y hablando de lo que no creen y que tanto repugnaba a Virgilio: «qui nescit orare, pergat ad mare», el que no sepa rezar, que se vaya al mar. Las víctimas nunca estorban.