Artes&Letras

Nunca la distancia mata el amor

El periodista Agustín Remesal evoca paisajes y tradiciones en «Zamora insólita», una obra poética y subjetiva con ilustraciones de Paco Somoza

El puente de Zamora, en una de las ilustraciones de Paco Somoza

NICOLÁS MIÑAMBRES

«Nunca la distancia mata el amor de aquello que se ama», escribe Agustín Remesal en la última página de la obra. Alude a esa distancia, emocionalmente inevitable, desde la que está escrita la obra. Seguramente, la ciudad es ahora una ciudad nueva en su vejez, soñada, tanto desde el espacio real como desde el paso del tiempo y sublimada con la influencia del recuerdo. Al tono poético y subjetivo de los textos de Agustín Remesal se une la sabia delicadeza plástica de las ilustraciones de Paco Somoza. Si jugoso es el texto literario, la variedad de las ilustraciones son todo un conjunto de belleza: el distinto tratamiento pictórico de cada una de ellas está acorde con la realidad que pretende reflejar.

Así encontramos, desde el apunte aparentemente presuroso hasta los trazos sosegados de la acuarela, las sombras y otras formas. El fruto definitivo se materializa en doscientas bellas páginas, de excelente tipografía y cómoda lectura.

El título de la obra se perfila con un subtítulo irrelevante: la condición de insólita de la ciudad se completa con tres apartados: leyendas heredadas, fruto de la fantasía, hazañas que parecen dotadas de verismo y parajes, que nos aproximan a la verdadera realidad incluyendo la mirada y la experiencia del mundo rural. Es en esa sección probablemente donde cabe una realidad más compleja, humana y paisajística: la humildad de los aldeanos alcanza importancia igual a la de los seres urbanos, aportando además inveterados usos y costumbres.

Si jugoso es el texto literario, la variedad de las ilustraciones son un conjunto de belleza

El trabajo exige una determinada estructura, compuesta por un preámbulo dedicado a la Plaza Mayor, corazón de la urbe, y seis bloques integrados por diversos capítulos, cerrados con el apéndice de «Los autores». Curiosamente sólo sabemos del escritor lo que se dice de él en las líneas presentes bajo el cuadro en que lo reproduce el pintor entrevistando «al jefe beduino Faich en su jaima del Valle de Almog, cerca del mar Muerto». No hay más curriculum. Lo escrito se completa plásticamente, como se ha señalado, con las variadas ilustraciones de Paco Somoza, en ajustada consonancia con la temática.

Los pasajes abiertos con «Plaza Mayor», barco salvador del caminante (dispuesto a comenzar una travesía incierta, navegando sobre «leyendas, biografías, crónicas») inicia su recorrido literario hasta «Famas» con un sustrato humano que recoge los testimonios más valiosos: Unamuno, Agustín García Calvo y Claudio Rodríguez, cuyo convencimiento humano-poético es paladino, «Siempre la claridad viene del cielo» y de que el Duero, que es «río Duradero»… hace eterna la mirada zamorana.

El autor descubre un curioso lazo de misterio: algo universal une a estas tierras como el río Duero

De todo lo descrito, unido por la devoción del paisaje y de las tradiciones, el autor descubre un curioso lazo de misterio: algo universal une a estas tierras, como el río Duero o la Semana Santa. Y en tono menor, esa serie de bares antiguos, evocados por el autor y que el desarrollo destruyó. Lo esencial de la obra es el delicado tratamiento de la realidad, siempre interpretado desde la función poética, que hace de esta descripción de Zamora un canto dedicado a su esencia y a sus formas.

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