Ignacio Miranda - Por mi vereda
Al norte de Guadarrama
«El periodista salmantino Paco Cañamero, para desmentir a «Cagancho», publica un magnífico libro con las biografías de los cincuenta matadores de Castilla y León que tomaron y confirmaron la alternativa durante el siglo XX»
A Joaquín Rodríguez «Cagancho» se le atribuye una célebre sentencia, según la cual «de Despeñaperros pa´ abajo se torea, de Despeñaperros pa´arriba se trabaja». Vemos, por ende, que el hecho diferencial de los territorios es muy anterior a la taifa autonómica, de ahí que Juan Vicente Herrera se abrace a la educación como la niña de sus ojos en este infinito epílogo. Luego vino Domingo Ortega, el maestro de Borox, quien con sobriedad toledana dejó muy claro que se hizo torero «para no tener que trabajar en el campo». Tanto es así que al axioma belmontino de parar, templar y mandar añadió el necesario requisito de cargar la suerte, o adelantar la pierna de salida para así ganar mando, terreno y profundidad en cada pase.
Todo esto lo explicaba en una conferencia en el Ateneo de Madrid, en aquel tiempo de faenas breves, cuando los toreros se relacionaban con los intelectuales y la tauromaquia, lejos de toda persecución, se consideraba sobre todo un arte. Ahora, con los vientos en contra, llega el periodista salmantino Paco Cañamero y, para desmentir a «Cagancho», publica un magnífico libro con las biografías de los cincuenta matadores de Castilla y León que tomaron y confirmaron la alternativa durante el siglo XX. Una obra para estar orgullosos de la valiosa nómina de toreros nacidos de Guadarrama -o el Sistema Central- hacia el norte.
El autor, que compartió redacción con el controvertido y singular Alfonso Navalón, rescata del olvido a diestros de las nueve provincias, que no lograron llegar a lo más alto, pero de una gran dignidad profesional y categoría humana. Junto a ellos, el escogido grupo de privilegiados que ascendieron a la categoría de figuras del toreo, aupados a la cima del escalafón donde conocieron la gloria. Hombres que dieron la cara y regaron con su sangre el ruedo para grandeza de una fiesta que es seña de identidad de España.