Antonio Piedra - No somos nadie
Nenuco anti diputaciones
«Con la supresión de las diputaciones, el catalán ha vuelto a poner la lupa en la Castilla y León eterna, que es la de los pueblos»
La causa inspiradora por la que Albert Rivera es alérgico a las diputaciones provinciales, debe residir en el «principio de razón insuficiente» o en el de «indiferencia» que dicen los filósofos. La razón insuficiente es palpable en el político catalán. La razón de indiferencia la aplica con tan fervor, y con una indiscriminación tan alarmante, que parece propia de un baranda que acaba de superar el bachillerato por las raspas. Tal es su inquina contra estas meritorias instituciones -dos veces centenarias- que se ha convertido en la razón de su ser en política, y en la condición que ha de tragar Sánchez si quiere jugar a la investidura que, cada día que pasa, se parece más al precio del vino: hoy a cuatro y mañana a cinco.
Se nota, y de ello no cabe la menor duda, que el molt honorable senyor Albert Rivera -¡qué bien suena el catalán cuando se canta la Traviata!- no preside ninguna de estas instituciones. Su hostilidad no puede proceder del nombre en sí - del latín diputatio , que significa reputar o estimar, juzgar, y no lo que Albert se imagina moco suena moco suene-, lo que sería una perogrullada infinita. Su aversión procede del hondón: de un desconocimiento sectario que cuanto más mira, curiosamente, menos ve. Si, por ejemplo, conociera el funcionamiento de la Diputación de Valladolid , que ha sido declarada la institución más transparente de la España invertebrada, pues otro gallo cantaría.
Pero no. El molt Rivera no está para los dulces cantos que nos recuerdan al pájaro más elegante y vistoso del paisaje. Está para ver cómo se caza y cómo se lo traga con plumas y todo. En este desplume a la catalana llueve sobre mojado. Hará dentro de poco un año -cuando a principios de mayo del 2015 se vendía el nenuco a granel en algunos medios de comunicación-, el muy honorable Rivera soltó lo más parecido a una fascistada ejemplar donde las haya: que para renovar la democracia española sólo podía hacerse con hombres como él: con los que nacieron en democracia. El resto, o al basurero o directamente al cementerio. ¿No recuerdan ya esta perla cultivada? Pues la soltó.
Ahora, con la supresión de las diputaciones, el catalán ha vuelto a poner la lupa en la Castilla y León eterna, que es la de los pueblos. Quiere que desaparezcan todos por ley. Ya intentó quitarnos el AVE -también hace por ahora un año, ¿tampoco lo recuerdan?- como vertebración del territorio. Bueno, pues ahora ha vuelto a perseverar en esa mirada tiernamente fascista y anti castellana y leonesa. Y claro, nada tan eficaz para ello como suprimir las diputaciones. Es decir, las reales instituciones que los mantienen vivos, activos, pasivos, perifrásticos y eternos hasta la consumación de los tiranos habidos y por haber. Razón que alega: no quiere clientelismos. ¿Y qué es Ciudadanos sino el mayor sistema clientelar a costa del PSOE y del PP?