DÍA 15

Diario de una periodista confinada: Muslo o pechuga

MONTSE SERRADOR

Todos los días, cuando escribo este diario, me pregunto si utilizo el tono adecuado, casi siempre desenfadado, e incluso un punto jocoso. Pienso si no estoy provocado a ese bicho infame que se ha empeñado en anclar nuestras vidas en un mes de marzo que toca a su fin. Tal vez, pero aunque no soy yo muy dada a las rebeldías, prefiero ir contra corriente y cantar el «Resistiré» con la mejor de las sonrisas.

Con ese talante arranco el día 15 que, esperemos, marca el ecuador del confinamiento y parece que, frente a todo lo que pasa fuera, aquí poco o nada cambia. Sigo empeñada en modificar algunos hábitos e imponer nuevas rutinas como, por ejemplo, la de conseguir un mayor apego a la lectura por parte de los ya archiconocidos adolescentes antes de que sean abducidos por alguna pantalla. No es fácil, al menos en lo referido a los métodos tradicionales, sin llegar al papiro, claro está, pero como quedan muchos días por delante, seremos perseverantes.

El que parece que se ha aficionado a la lectura, por lo menos de este diario, es el gato, que ayer se vio reflejado en la red couché. Por cierto, he de decirles, habitantes virtuales de mi casa-redacción, que no es gato, que es gata, no se llama Flora, y estamos pensando en que, cuando pase esto, igual la emparentamos con el gato del maestro dibujante José María Nieto (el creador de las célebres ratitas de ABC); eso sí, la nuestra goza de mayores cotas de libertad y fue madre el pasado verano, aunque la muy desagradecida se fue a parir al jardín de los vecinos.

Y mientras la gata se ha hecho fuerte con la tableta electrónica para seguir leyendo el diario, yo empiezo a conocer al dedillo las costumbres recién adquiridas de los vecinos . Ya sé a qué hora salen al jardín los niños de los vecinos, a las 12 y a las 17, disciplina que el frío que se nos avecina quizá interrumpa. Esperemos que ese mismo frío frene un poquito las tentaciones de karaokes callejeros en los que no falta Manolo Escobar, con Viva España, claro, y la Gallina Turuleta. Compaginarlos mientras escribo una página de periódico a veces no resulta fácil.

También empiezan a proliferar como setas, y es raro porque no estamos en otoño aunque salga el patriarca (no confundir con el de García Márquez) en la tele, los vecinos manitas, afanados en reestructurar tejados, agilizar obras pendientes y, sobre todo, adecentar jardines. ¿Acaso esperan visitas estos días? Por cierto, hablando de visitas, sigo sin saber cómo les llega, en medio de las medidas restrictivas, la ayuda física en forma de abuelos, cuñados, amigos… No, así no. #quédateencasa. Empiezo a sospechar que en esta zona existe una red subterránea de alcantarillas que facilita los movimientos. ¡Ríete del París de los años 40!

En casa, los experimentos gastronómicos prosiguen pese a la advertencia expresa de que no hay consultas médicas ordinarias. De momento, los ensayos se ciñen a la cosa dulce, bizcochos y similares, que no es poco. Los primeros y segundos platos siguen siendo algo muy serio y eso que cocinar mientras oyes, ves y tomas apuntes de la comparecencia pública de un consejero tiene más mérito que Louis de Funes en «Muslo o Pechuga» (Anda, para que vean que yo también soy una sesuda columnista que habla de cine). En todo caso, y dadas las circunstancias, el genial cómico francés cuadrara más como el gendarme en Nueva York o Saint-Tropez que como prejubilado crítico culinario dispuesto a pasar los trastos.

En fin, mañana será lunes. Caminamos hacia una Semana Santa sin procesiones, ni pregones, ni música, ni visitas de la familia, ni encontrarse con los amigos en medio de la bulla… Habrá que buscar alternativas para aprovechar alguno de los textos semanasanteros que ya tenía escritos. Es un aviso, o una amenaza, siempre depende del cristal con que se mire.

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