Artes&Letras / Arte
El mundo vallisoletano de Ángeles Santos
El Museo Reina Sofía «desconfina» en su reapertura las obras cumbre de la pintora creadas con 17 años a orillas del Pisuerga

El Museo Reina Sofía adquirió en 1992 «Un mundo» y en 1994 «Tertulia», las dos obras fundamentales de la etapa vallisoletana de Ángeles Santos y las más valoradas de toda su trayectoria. Ambas forman parte de la selección de piezas ‘desconfinadas’ por el centro de arte madrileño en su reencuentro con el público.
Cuando reabrió el día 6 de junio, tras casi tres meses de cierre obligado por la crisis del coronavirus, lo hizo con solo una parte del recorrido expositivo habitual. La sala 207 fue una de las ‘indultadas’ y con ella las dos creaciones de la pintora catalana que creció como artista en la ciudad del Pisuerga. Al lado, en el espacio que ilustra «La nueva figuración. Entre clasicismo y sobrerrealidad», se exponen las archiconocidas obras de Dalí «Figura en una ventana» y «Retrato».
La sede principal del museo, en el edificio Sabatini, anuncia en su fachada la colección permanente con la imagen de «Un mundo», el gran óleo de 2,90 por 3,10 metros con el que Ángeles Santos irrumpió en el panorama artístico de finales de la década de los veinte del siglo pasado. Lo había pintado con 17 años y los especialistas se rindieron ante su genio precoz. La obra y su autora recibieron elogios de la intelectualidad del momento. García Lorca la visitó en Valladolid.
Ángeles Santos nació en noviembre 1911 en la localidad gerundense de Portbou. Su padre, Julián Santos Estévez , salamantino de Saucelle de la Ribera, era inspector de aduanas y cambiaba de destino cada pocos años, lo que llevó a la familia a residir en Fregeneda (Salamanca), entre 1921 y 1923, y en Valladolid en dos ocasiones. La primera, entre 1923 y 1924; la segunda, desde 1927 a 1930, tras una estancia en Sevilla. En esta última etapa vallisoletana, la adolescente ya apunta maneras y comienza a recibir clases de pintura de J. Cellino Perotti, un restaurador italiano que residía en la ciudad castellana.

Josep Casamartina i Parassols, especialista en la autora y comisario de la exposición «Ángeles Santos, un mundo insólito en Valladolid», celebrada en el Patio Herreriano en 2003, recuerda en el catálogo de esa muestra la singular historia de la artista. Fue en el verano de 1928, en Saucelle, cuando Angelita «empieza a pintar seriamente». Sus primeros cuadros serán un paisaje de ese entorno salmantino y «El tío Simón», un mendigo del pueblo. En el resto de las vacaciones, en Portbou, «la fiebre de la pintura la ha poseído y ya no dejará de trabajar».
A su vuelta a Valladolid, pintaría el retrato de su hermana Anita, recibe los primeros encargos y expone tres obras en la colectiva de artistas vallisoletanos de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Francisco de Cossío escribiría en El Norte de Castilla que la joven pintora se convirtió en «la revelación más interesante», «un caso de precocidad verdaderamente extraordinario, pues esa muchacha no cuenta sino dieciséis años».
En abril de 1929 expone en el Ateneo de Valladolid una veintena de cuadros. De nuevo Cossío la alaba en El Norte, sorprendido de que desde septiembre del año anterior hubiese pintado «alrededor de cuarenta telas, algunas de gran tamaño». Destaca de la joven «una paleta personal, absolutamente suya, sin influencias más o menos discretas», y su imaginación: «La realidad para ella no es sino un punto de apoyo para lanzarse a la invención».
«Es la anunciadora de una superación y toca el cielo con las manos», escribió de ella Gómez de la Serna
El eco de la exposición del Ateneo llegó a Madrid y la llevó al IX Salón de Otoño del Palacio de Exposiciones del Retiro en octubre de 1929. Allí mostró tres cuadros, «Un mundo», «Autorretrato» y «Niñas». «El efecto es inmediato, y Un mundo arrasa con todo», dice Josep Casamartina. Tuvo gran repercusión en la prensa y la invitan a exponer en el Lyceum Club de la capital. «Ángeles Santos es la anunciadora de una superación y toca el cielo con las manos», escribiría Ramón Gómez de la Serna en La Gaceta Literaria. Volvería la capital en febrero de 1930 en una colectiva de del Círculo de Bellas Artes y de nuevo al Salón de Otoño, donde enseñaría la «Tertulia».
Había pintado sus dos obras cumbre al mismo tiempo, con diecisiete años, después de decirle a su padre que quería pintar «todo lo que había visto» en su vida, el mundo. En la parte superior del mundo cúbico plasma su visión de Valladolid; en la inferior, a la derecha, Portbou.

«A veces me despertaba en medio de la noche con una idea, me levantaba y dibujaba. Surgió solo. También pinté otros mundos. Se decía entonces que se iba a viajar a Marte y decidí incluir unos seres pequeños, con un armazón de alambre, sin orejas, sin pelo. También me influyó la poesía de Juan Ramón Jiménez, al que leía muchísimo: ‘.. ángeles malvas / apagaban las verdes estrellas. / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida tierra’. Al mismo tiempo pinté la Tertulia, un cuadro que reúne a cuatro mujeres jóvenes. Lo pinté del natural. Salvo la figura que está abajo. Pensé que faltaba algo y la inventé. Era una mujer como de El Greco», le diría a Rosa Agenjo (La pintora Ángeles Santos y su obra anterior a la Guerra Civil Española).
«Es como si su autora se inventara ella sola el Surrealismo, sin apenas saber nada de él», señala Casamartina sobre «Un mundo»; «parece un cuadro alemán sin parecerse, para nada, a ninguno de los pintores alemanes. Su originalidad es absoluta», añade sobre la «Tertulia». Se suma así al parecer generalizado de que las influencias en Ángeles Santos eran muy leves frente al peso de una personalidad artística arrolladora.