Antonio Piedra - NO SOMOS NADIE

Mi mono y yo

«Afirmar que el cráneo de un catalán, como vergonzosamente se ha escrito, no puede medir lo mismo que el de uno de Ávila, para defenderlo se necesita ser un lerdo en ciencia y en política»

Antonio Piedra

Aunque lo hayan puesto de moda Puigdemont y Quim Torra como filosofía propia e inherente al independentismo catalán, el supremacismo y el racismo están hoy de capa caída. Se ven como antiguallas heroicas del Catón o de Miranda Podadera. Métodos inadecuados incluso para burros y bárbaros por desasnar . Entrar del mismo modo al trapo con piedras y lanzas, nos lleva a un problema delicado y de bellota contradictoria: que al rebatirlo podemos caer en una dialéctica parecida aunque de signo contrario. Razón de peso. Si desde Darwin parece probado que evolutivamente todos descendemos del mono, viendo a estos supremacistas desorejados, es evidente que unos descienden más directamente que otros con una proximidad irrebatible.

Afirmar que el cráneo de un catalán, como vergonzosamente se ha escrito, no puede medir lo mismo que el de uno de Ávila, para defenderlo se necesita ser un lerdo en ciencia y en política. Y para demostrarlo es menester estar tan cerca en el tiempo de la escala evolutiva, tan cerquísima, que se palpe con manos neandertales. En lógica hay que ponerse en lo peor: que estos buenos señores no han pasado la EGB con un profesor de ahora. Se nota a distancia que en los días de clase, en vez de escuchar al profe, algunos se iban al zoo, o a visitar al célebre negro del Museo de Bañolas -ahora Banyoles-, donde se exhibía un bosquimano disecado hasta pocos meses antes de inaugurarse los juegos olímpicos de Barcelona en 1992.

Un amigo mío, que en paz descanse, tenía un mono que me tenía frito. Cada vez que visitaba su casa, el animal me seguía por todas partes, incluso al baño. Me miraba tan fijamente como si me conociera de algo. Y yo pensaba: ¿habrá leído este pavo las teorías de Darwin? Yo seguía con mis dudas, lo que me convertía en humano. Pero el mono no tenía dudas. Era de piñón fijo como los independentistas, y lo más que hacía era lanzarme un gruñido. Cuando en un alarde de altruismo yo le decía que todos descendemos del mono, él me decía con gestos que no, no y no. Y añadía por señas que él sólo era un independentista, y que hasta que no le diera su media casa o el piso entero, una renta fija, y el reconocimiento de Europa, no iba a parar.

Qué le vamos a hacer. Cada uno aprende lo que ve. Así nos va. A veces envidiamos a los monos que, por lo menos, no hablan ni dicen majaderías. Por esto mismo cuando mi mujer me mira con extrañeza, y pregunta qué me pasa, yo respondo: nada, es que tengo el mono. Así, como cualquier cosa. Pues lo mismo ocurre con estas burradas de los supremacistas y racistas catalanes cuando hablan de diferencias y de tamaños de cráneos como si fueran jíbaros. Qué locura. Pero en definitiva todo se reduce a lo que decía Rousseau en buena lógica evolutiva: «Que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea en la necesidad de venderse». Solo.

Mi mono y yo

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación