Fernando Conde - Al pairo
La moda de votar
«Quizá ese sea el objetivo: el de hastiar tanto al personal que, al final, sólo acaben votando aquellos que tienen algún interés en el resultado de esas votaciones»
Parece que la irrupción de los partidos emergentes en el panorama político español ha puesto de moda la costumbre de votar por todo. Ahora se pide a los militantes que voten en primarias, a los compromisarios que voten en congresos y a los ciudadanos que voten hasta para ver a qué debe ir destinado el dinero de los presupuestos en el próximo ejercicio , como si los ciudadanos tuviéramos los conocimientos y las ganas de saber si tal o cual actuación es más perentoria que otra, o si tal o cual barrio necesita más una zona verde porque sus niveles de contaminación son más elevados que en otro, o si tal o cual calle tiene más desconchones que la de al lado. ¡Y no!, porque para esos están los técnicos en cada materia, que deberían informar al político de turno sobre las conveniencias, prioridades, necesidades y mejores usos del dinero público en cada momento.
Pero lo cierto es que el populismo vive de eso, de hacer creer al ciudadano que su voto, el de cada cual, es importante y puede determinar la dirección y el sentido de las actuaciones conjuntas. Y nada más lejos de la realidad. Con el agravante, además, como bien explicara el economista Anthony Downs en su obra «Una teoría económica de la democracia», de que, cuando se pide al ciudadano que vote por todo, el ciudadano acaba cansándose y no votando por nada. Aunque, pensando mal, quizá ese sea el objetivo: el de hastiar tanto al personal que, al final, sólo acaben votando aquellos que tienen algún interés -normalmente espurio- en el resultado de esas votaciones.
Tengo para mí que quienes pretenden convertir la imperfecta democracia representativa en una suerte de democracia directa a ultranza o tienen una empanada monumental o tienen un plan previo bien diseñado. Porque en las democracias representativas, como la nuestra, el ciudadano vota precisamente para que sus representantes, elegidos en las urnas para ello, tomen las decisiones oportunas sobre los asuntos de su competencia, y que lo hagan con lealtad, con honradez, con vocación de servicio y, sobre todo, con conocimiento, criterio y rigor. Porque lo de preguntar al personal cada dos por tres en qué gastamos el parné público o qué hacemos esta semana suena a infantilización del ejercicio político, que es hacia donde vamos de cabeza.
Así que, la próxima vez que me pidan que vote por cualquier cosa, me haré el sordo y miraré para otro lado, a la espera de que vengan tiempos en que unos mejores representantes hagan de la democracia representativa un buen modelo de gobierno. No es tan difícil, sólo exige un poquito más de honradez y seriedad.