Antonio Piedra - NO SOMOS NADIE
Merecidísimo
Jiménez Lozano tiene una rara virtud: oírle en directo o leerle sin intérpretes es como un repique de conciencia, un derrumbe de las soledades
Ayer sábado, recibió José Jiménez Lozano la condecoración papal «Pro Ecclesia et Pontifice». Un galardón que concede el Papa -en este caso a propuesta del Arzobispo de Valladolid, monseñor Blázquez- a destacadas personalidades en cuya vida y obra se perciben o explicitan los valores cristianos. Al acto acudió sin exclusiones toda clase de público -autoridades civiles y eclesiásticas, escritores, periodistas, amigos, jóvenes, mayores, creyentes y agnósticos- porque Jiménez Lozano tiene una rara virtud: oírle en directo o leerle sin intérpretes es como un repique de conciencia, un derrumbe de las soledades y una vacuna contra el oscurantismo que nos acecha a la vuelta de la esquina.
El Maestro de Alcazarén, que escribe y habla con la simplicidad de la palabra en vuelo, no defraudó porque esa palabra, a la postre, pesa tanto como un juicio. En un brevísimo «discursillo» -así se refería a las palabras que pronunció en la oficina del Arzobispado-, hizo un sutilísimo análisis y agradecimiento del honor que recibía. Pero cuanto dijo coincidía con lo que somos y vivimos en estos momentos de sinrazón. Sin recurrir al tremendismo o a lo políticamente correcto tan desoladores, lo primero que soltó fue su condición de escritor que, sin resentimientos ni complejos, escribe en lengua española, y en abierto, sobre «las preocupaciones religiosas y culturales».
Sobre estas preocupaciones religiosas y culturales -las normales de cada época- tampoco perdió el tiempo. Como en otras ocasiones, volvió a recalcar que no existe la novela específicamente católica ni otros inventos culturales al uso. Lo que existe es un sustrato, un humus, una evidencia con base cristiana, al margen de la ortodoxia, sin lo cual la modernidad cultural no tendría una almohada donde reposar humanamente la cabeza, que es muy distinto. Así que en un lugar donde las esencias del cristianismo respiran teología hasta por los tabiques, Jiménez Lozano reivindicó lo que considera la verdadera misión de la escritura que presta la palabra a quien no la tiene: «Contar historias convincentes de seres humanos, fuesen éstos quienes fuesen».
Vistas así las cosas, cobra también sentido una de las causas que explican la justa concesión de esta medalla papal: la presencia de Jiménez Lozano en el arranque de las Edades del Hombre. Como si fuera la cuartilla que explica la teoría de la relatividad, Jiménez Lozano -con José Velicia, Eloísa Wattemberg, y Pablo Puente- diseñó la teoría del arte escondido en Castilla y León. Y se hizo con la visión certera que ayer señaló Jiménez Lozano: para que los «habitantes de estas tierras de la Meseta y otras tierras españolas» conocieran «el patrimonio de la Iglesia de Castilla y León», y para que reconocieran «obras de arte que habían servido al culto y que eran suyas». Conocer, reconocer, sentir lo propio, ¿hay algo más honroso?