Con mando en diócesis

Santa Teresa aseveraba que la paciencia todo lo alcanza, pero al obispo de Zamora, Gregorio Martínez, se le agota. Algo grave debe suceder para que flaquee el sucesor de San Atilano en tan cristiana virtud. Su desasosiego proviene de la negativa de cuatro cofradías de la capital a admitir mujeres. Una década esperando a que flexibilicen su actitud, como han hecho las demás, para cumplir el estatuto marco de las asociaciones públicas de fieles. Pero no hay forma humana. Y quizá tampoco divina.

Las hermandades amonestadas no se dan por aludidas. Dos de ellas celebrarán elecciones en breve, y el mitrado con mando en plaza, en caso de seguir en la obstinación, pide las dimisiones de sus directivas. Que después del «Cifuentesgate» se ponen de moda esta primavera. «Ya está bien», asegura rotundo, mientras fija el plazo de unos meses para que se avengan a asumir la nueva realidad. De lo contrario, el ordinario valora tomar medidas coercitivas o dar un golpe de báculo, hecho que ya tiene precedentes en la diócesis.

Reconoce que se siente muy bien acogido en la levítica Zamora, pero nunca pensó en los quebraderos de cabeza causados por las movidas capillitas.

Don Gregorio fue coadjutor de la parroquia madrileña de San Ginés, templo ahíto de historia en la calle del Arenal, al lado de Joy Eslava, donde al rezar lo mismo te encuentras con una obra del Greco que con la partida bautismal de Quevedo, el acta matrimonial de Lope de Vega o el sepulcro de Isidoro Álvarez. Un destino que sin duda entronca con lo mejor del Siglo de Oro e imprime carácter.

Al mismo tiempo que arrecian las críticas contra un atildado juez de Pamplona por su voto particular, hay un prelado dispuesto a defender la igualdad mediante decreto. Para que luego la progresía tilde a la Iglesia de carca.