Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
A mamporros
«El fútbol tiene muchas veces la facilidad de sacar lo más primario en un instinto agresivo incontrolado»
El campo municipal de fútbol de la localidad salmantina de Santa Marta de Tormes, la más poblada del entorno de la capital, se llama San Casto, como Milán tiene su estadio San Siro. Por ende, entre tanta referencia al santoral a modo de letanías, que a alguno le dará por santiguarse, sorprende que luego se produzca una refriega en el graderío donde unos acaban a mamporros y otros profieren blasfemias. Nada nuevo. El fútbol tiene muchas veces la facilidad de sacar lo más primario en un instinto agresivo incontrolado.
Corría el minuto 64 del encuentro entre la Unión Deportiva Santa Marta y la Cultural Leonesa de la Liga Nacional Juvenil, disputado el pasado sábado, cuando tuvo lugar una pelea entre aficionados y directivos de ambos equipos. Según recoge el acta del colegiado con una redacción impecable -los árbitros son un colectivo instruido y aseado aunque no vean todo-, el presidente del club anfitrión propinó una patada en la cabeza al padre de un jugador visitante, hecho denunciado ante la Guardia Civil que, aparte de la vía penal por lesiones, puede conllevar según la normativa contra la violencia en el deporte multas cuantiosas e, incluso, la clausura del campo.
Por desgracia, los altercados no son una mera anécdota. Cada vez se repiten con más frecuencia, en un deplorable espectáculo sobre todo para los chavales. Un ejemplo de lo que nunca debe ser el deporte. A la vista de los no aficionados, el fútbol destila violencia, exuda agresividad, en un ambiente donde a menudo, entre la crispación, se pierde el respeto tanto al rival como al público. Surge entonces un feo estilo macarra y perdulario. Ya sea en un Luis Enrique que se pone farruco hasta la amenaza con el periodista le pregunta por el mal juego de su conjunto, ya en un grotesco Maradona, siempre atrabiliario y faltón. No hay duda: prefiero la libertad de ir a los toros.