Sociedad
Lula, la primera perrita «refugiada»
Bomberos de Castilla y León de la ONG G-Fire traen a España a una perra de un campamento de refugiados de Lesvos
Lula no es una perrita cualquiera, su historia es una de esas cosas bonitas que pasan incluso en lugares en los que no es fácil encontrar buenas noticias. Este cruce de labrador de aproximadamente unos nueve meses se ha convertido, si se permite la frivolidad, en la primera perrita «refugiada» que llega a Castilla y León .
No es esa perra de rescate que muchos imaginaron a su llegada al aeropuerto de Adolfo Suárez-Madrid Barajas de la mano de bomberos de la ONG de Castilla y León G-Fire , que, desde diciembre de 2015, realiza acciones de ayuda a los refugiados que llegan a los campamentos de Grecia huyendo de la guerra de Siria. Hoy Lula pasea por la muralla de Ávila.
Ha cambiado el campamento de Kara Tepe, el destinado a las familias en la isla de Lesvos , por la ciudad castellana. Camina de la mano de Alberto Martín de Juan, bombero del Ayuntamiento de Ávila y de su pareja, Alejandra Martín. Les acompaña Marcos Benito Atochero, bombero del Ayuntamiento de Valladolid y compañero de Alberto en alguna de las tres ocasiones en las que ambos han viajado a Grecia, dos de ellas a Lesvos, informa Ical.
Lula representa una vivencia que ambos consideran enriquecedora, a pesar de los muchos momento duros que han vivido en Grecia y, sobre todo, al regresar a España. «Es una perra que tiene mucha historia para mí», subraya Alberto Martín de Juan, a quien su pareja lo apoyó en la decisión de adoptar a Lula. No en vano ella conoce bien la historia porque también pasó una semana en Grecia como voluntaria. Experiencia que, reconoce Alejandra, «te ayuda a valorar» muchas de las cosas que tienes en España y a «relativizar», como añade Alberto Martín de Juan. «Te das cuenta de lo privilegiado que eres y de la lotería de vida que te ha tocado» , recuerda Marcos.
«Te das cuenta de lo privilegiado que eres y de la lotería de vida que te ha tocado»
La historia de Lula comienza en el campamento de refugiados de Kara Tepe, uno de los que mejores condiciones presenta, según reconocen ambos. Allí vivía con Twana Osman, un chaval que sí tenía la suerte de vivir con su familia y que tras ser trasladado a un campo de Atenas no pudo llevarse a Lula. Tras una semana en la que recibió los cuidados de otras dos cooperantes de la isla, Laura y Caroline, Lula se cruzó en el camino con los bomberos de G-Fire .
Primero con el turno en el que estaban David Barrio (bombero de Palencia), Jero, Josemi y Marcos y, más tarde, con Alberto y Víctor, que fueron los que decidieron acogerla en la casa que tenían en Lesvos y comenzar, junto con David, el proceso de adopción para llevarla a España. Tras convivir con ella y ver «lo buena que es», Alberto decide que el lugar de Lula está en Ávila y ahí está, acostumbrándose a la vida en un piso después de pasar el día rodeada de gente, algo que se nota en que busca caricias y juegos constantemente.
Tres viajes
Esta perrita ha entrado ahora en la vida de G-Fire pero esta organización no gubernamental, donde todos sus miembros se costean el viaje y la manutención en cada uno de sus turnos , ha participado en varios proyectos en Grecia, que marcan la conversación entre estos dos bomberos. Primero, recuerdan, actuaron en labores de salvamento con la llegada de barcas a Lesvos, para después repartir comida y otras acciones en el campo de Idomeni , el más mediático de todos.
El reparto de fruta y verdura en Idomeni se «llevaba» 1.500 euros diarios para prestar ayuda a unas 5.000 personas, de los 40.000 euros que, desde su nacimiento, ha recaudado esta ONG. Sin duda, para ambos Idomeni ha sido el momento más duro de todos los viajes. No en vano, Marcos fue testigo de su cierre. Esa experiencia les sirvió de aprendizaje en esta tercera misión del mes de enero.
Ambos reconocen que «no es que se haga callo», sino que decides «cómo quieres volver: siendo persona o destrozado» , tal y como reconoce Alberto, quien coincide con Marcos en que en Idomeni pecaron de ingenuos. Tomaron mucho contacto con numerosos refugiados que había allí, «a veces hasta la comida que repartías la cenabas luego con ellos porque te invitaban», señala Alberto. Marcos recuerda que un día estuvo hablando con una familia con un niño pequeño que «era una calcamonia» de sí mismo cuando tenía su edad y, por la noche, cuando Marcos escuchaba el viento y la lluvia no pudo evitar ponerse a llorar pensando en ellos.
«Personalmente se va pensando una cosa y se vuelve pensando lo contrario», recuerda Alberto, quien resume que, a nivel profesional, ha sido un trabajo «fácil», pero a nivel emocional «llegas a España destrozado» . Por esta experiencia previa, tanto Alberto como Marcos, han evitado en este último viaje tomar demasiado contacto directo con los refugiados, aunque reconocen también la importancia de esa cercanía, si bien Alberto, se ve más útil «montando un tejado» porque es algo que no puede hacer todo el mundo, pero su pareja Alejandra destaca la relevancia de dar ese apoyo moral.
Escudo emocional
«Esta vez ha sido más light porque ha habido menos contacto. Ya sabes que cuando te empiezas a identificar con la gente y les coges cariño, te pega», subraya Marcos. Alberto reconoce que «al final pones un escudo emocional» pero, como añade Marcos, «a veces es inevitable entablar ciertas amistades cuando participas en proyectos así». Y al final de la charla, cuando se les pregunta si volverían a ir, ambos responden que sí.
Reconocen, tal y como hace Marcos que a veces es necesario tener unas vacaciones, lo dice después de dedicar todos sus días libres de 2016 en viajes a Grecia pero, sostiene, al final es inevitable y «si surgen necesidades y no sale nadie sabes que volverás». También lo hará Alberto, pero subraya que, de hacerlo, sería para participar en algún proyecto de ayuda a los hombres adultos que no tienen nada que hacer «más que contar horas».
Ahora, ya desde España, la ONG continúa enviando dinero a otras pequeñas organizaciones para sufragar proyectos con la esperanza de que esa frase tan repetida de «no teníamos que estar ahí» no vuelva a pronunciarse. Para que acabe esta guerra que, insisten todo el rato, afecta a gente «como nosotros» y es una guerra que «nada tiene que ver con la religión» . Ellos y muchos de los cooperantes que se encuentran allí están hechos de otra pasta pero siempre negarán que hacen algo extraordinario.
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