Fernando Conde - Al pairo

La «lenguota»

«Hoy el lenguaje, la lengua (al menos, la española), tiene un grave problema. Y ese problema se llama política»

Fernando Conde

Que el lenguaje es normativo, economicista e inteligente en sí mismo no lo dice un servidor, sino el tiempo. Porque es el tiempo el que con su paso va mejorándolo, ampliándolo, limando sus errores y aquilatando sus fronteras. Pero hoy el lenguaje, la lengua (al menos, la española), tiene un grave problema. Y ese problema se llama política. Desde que la política incorporó a su campo el lenguaje, éste no ha hecho más que empeorar en todos los sentidos. La política es al lenguaje lo que el cáncer a la salud. Y en ese cáncer, ya veremos si «nomicida», tiene mucho que ver el llamado progresismo.

A algún progre político en algún momento debió de encendérsele la bombilla de 125 para alumbrarle el maravilloso barrizal que es confundir el género gramatical con el sexo -que es exactamente confundir el culo con las témporas-. Y desde entonces el lenguaje, el español sobre todo, por tener géneros gramaticales -al raquítico inglés no le pasaría- está viéndose sometido a una estrategia de acoso y recibo no de quienes saben manejarlo entenderlo y explicarlo, sino de toda la patulea política -unos por iniciativa y otros por complejo- de esta España plagada de idiotas. Pero, afortunadamente, el lenguaje tiene sus propios mecanismos de defensa, armas que esa patulea no sólo no conoce sino que ni siquiera imagina.

Aquí, de momento, aunque usted, lector, haya interiorizado aberraciones como «presidenta» y «concejala», por uso y abuso, de momento no aceptaría con tanta facilidad otras -con igual derecho, si aplicáramos la analogía, tan necesaria siempre en lingüística- como «votanta» o «albañila». Pero, ¿por qué? Por una sencilla razón, porque «votanta» y «albañila» son palabras sin prestigio social y, por tanto, al político de turno se la sopla que usted las use o no. Pero ojo con no aceptar «presidenta» o «concejala», porque entonces estará usted atentando directamente contra el pensamiento único que intentan imponernos a toda costa.

Y un caso muy curioso es el de la palabra «piloto». Recientemente se ha suscitado una polémica por la indumentaria de las «pilotos» en el Dakar que atravesará Arabia Saudí. Y en ningún sitio, en ningún periódico, en ninguna información verá el lector la palabra «pilota», que en este caso tendría razón lingüística de ser. Pero no la verán porque el sufijo «ota» en español tiene un sentido aumentativo y, en parte, despectivo (grandota, gordota, cabezota… pero no idiota, aunque debería). Y ahí es donde el lenguaje se defiende y pone en evidencia la anormalidad de quienes usan el lenguaje con pretensiones y fundamentos sexistas. La «pilota» suena a pila grande y es palabra fea para designar a una mujer que conduce con destreza un automóvil. ¡Ay, Dios!, pero, ¡cuánto gilipollotas hay suelto por ahí… o gilipollotos!

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