Fernando Conde - Al Pairo

Lengua corrupta

La ministra Carmen Calvo

Un viejo tópico afirma que en Valladolid se habla el castellano más puro. El tópico, por serlo, puede contener una parte de verdad, pero también tiene su pequeña dosis de filfa, porque de ahí habría que restar el «laísmo», el uso indebido de «quedar» por «dejar» o de «caer» por «tirar», o la identificación espuria, al pronunciar, de los fonemas «ye» y «elle», entre otros tropiezos lingüísticos y gramaticales. Pero quitando o siendo conscientes de esas menudencias, es cierto que para aprender español, Valladolid, Salamanca (que es destino preferente para estudiantes extranjeros que quieren leer a Cervantes al natural) o cualquier rincón castellano y leonés deberían ser lugares de peregrinaje constante. Aunque para ello deberíamos antes trocar en fortaleza lo que es una de nuestras mayores debilidades: la capacidad de hablar bien de nosotros y de vender lo nuestro como lo mejor.

Esto quizá suene a quimera porque el oriundo de aquí tiene en su adn, grabado a fuego, eso de que el buen paño en el arca se vende… para disfrute y merienda de polillas. Pero en todo caso y a pesar de nuestra alergia a todo lo que sea comerciar, por aquí tenemos la obligación moral, histórica y patrimonial de seguir manteniendo nuestra lengua en las mejores condiciones, lustrada y esplendorosa. Y es ahí donde el meapilismo y la estupidez del feminismo mal entendido y peor aplicado o el progresismo socialistoide están haciendo un daño tremendo. Afirmaciones como que la lengua o el diccionario son sexistas nos están llevando a convertir el idioma en un mecano oxidado y ridículo. Los ejemplos se multiplican y esta misma semana he anotado dos que ya indican que estamos tocando la cima de la idiotez. Fíjense.

En el rotulado de una noticia en televisión se decía que una joven había lesionado a un individuo por haberle lanzado un piropo ofensivo. ¿Un piropo ofensivo? Suena a oxímoron imposible, porque si es piropo no puede ser ofensivo y si es ofensivo no puede ser piropo. Pero es mucho mas grave aún lo sucedido en el congreso con la señora VICEPRESIDENTE del gobierno, la ilustre, que no ilustrada, señora Calvo. Los hechos son estos: el señor Cosidó, de la bancada popular, se dirigía -correctamente- a la señora Calvo como señora vicepresidente, pero la ínclita, molesta por no escuchar un impropio y erróneo femenino, quiso corregirle exigiendo que se dirigiera a ella como «vicepresidenta» (a lo que Cosidó, por desgracia, accedió). Señora Calvo, usted es vicepresidente del gobierno por la misma razón -lingüística- que es egabrense, de Cabra (Córdoba), y no «egabrensa . Y, como decía Muñoz Alonso, gracias al latín, porque si no, sería usted una cosa mucho más fea y malsonante. Y esa sí, ¡en femenino!

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