Artes&Letras
El legado de Helena Pimenta
La directora salmantina se despedirá de la Compañía Nacional de Teatro Clásico tras ocho años en los que ha reforzado la presencia de los autores del Siglo de Oro y ha marcado un estilo con puestas en escena siempre elegantes que han creado interés en el espectador
Helena Pimenta toma las riendas de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en 2011, tras ser elegida después de la primera aplicación del Código de Buenas Prácticas, impulsado por César Antonio Molina, un buen ministro de Cultura cesado por Zapatero mediante el envío de un motorista a Egipto, donde se encontraba de viaje oficial.
El susodicho Código tiene como objeto la elección de director de un ente público del Instituto de Artes Escénicas y la Música, como la CNTC, por profesionales independientes. El periodo de tiempo es de cinco años, prorrogables tres más. De esta manera llegó y dejará el cargo por imperativo legal el 1 de septiembre.
Pimenta recogió el testigo de Eduardo Vasco (2004-2011), que logró retomar el camino que Adolfo Marsillach marcó en la fundación de la Compañía durante 1985. La suma de los trabajos de estos últimos directores ha conseguido dos objetivos: la difusión y puesta en valor del patrimonio teatro clásico, desde sus orígenes hasta el siglo XIX, con especial hincapié en el siglo áureo; y la fidelización de una audiencia de público, principalmente en Madrid, pero también en capitales de provincia.
El trabajo de la directora salmantina en estos siete años ha reforzado más la presencia de dramaturgos del Siglo de Oro con títulos incuestionables y escenificaciones con empaque y calidad, y accesibles a todos los públicos, aun los menos avezados. Dramas o comedias como La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, Castigo sin venganza, título con el que se despide; La verdad sospechosa (Ruiz de Alarcón), Donde hay agravios no hay celos (Rojas Zorrilla) o El perro del hortelano, entre otras.
Ha invitado a otras compañías de clásico, como Corsario, a realizar cortas temporadas en la sede de la CNTC
Ha marcado un estilo en las puestas en escena, siempre elegantes, interesando a los espectadores al suprimir algunas tramas o digresiones textuales, buscando siempre lo esencial para reforzar la tensión dramática y logrando una narratividad escénica con un tempo-ritmo sostenido y rápido. A estas cualidades escénicas se agrega el cuidado exquisito por decir el verso, con sentido, musicalidad y alejado de resonancias declamativas. En este aspecto, la asesoría de verso de Vicente Fuentes ha resultado importante, así como la estabilidad de un elenco de actores que han creado una «madre del buen decir» en la CNTC.
En su haber, la continuidad y mayor presencia de la Joven Compañía de Teatro Clásico, donde se han forjado actores menores de treinta años, egresados de las escuelas, tras pasar por un proceso de selección. Estos han continuado la formación, cuidando el modo de decir el verso y han estrenado títulos significativos del repertorio clásico (La dama boba, Los empeños de una casa o El banquete, sobre textos del repertorio teatral). En este capítulo, es preciso reconocer el trabajo del director Alejandro Ruiz Pastor, siempre a la sombra, reforzando el aprendizaje.
En su etapa se ha reinaugurado el Teatro de la Comedia, que entrañaba el reto de llenar a diario el doble de aforo
Las temporadas las ha confeccionado con los mencionados títulos y la participación de directores invitados: Ignacio García (Enrique VIII y la cisma de Inglaterra), José María Mestres (El burlador de Sevilla), Alfredo Sanzol (La dama boba), Roberto Cerdá (La villana de Getafe), entre otros. Asimismo ha invitado a otras compañías, con trayectoria en el teatro clásico, a realizar cortas temporadas en la sede de la CNTC, como fue el caso de Teatro Corsario (El médico de su honra) o La Celestina del Teatro de La Abadía.
Por último, señalar la reinauguración del teatro de la Comedia en Madrid, sede estable de la CNTC, después de más de una década cerrado por reformas. Apertura que detrás de la gratificante ceremonia de cortar la cinta, entrañaba dos retos: llenar un teatro a diario que duplicaba la sede provisional en el Teatro Pavón, y programar dos salas. Ambos desafíos los ha superado con éxito.