ARTES & LETRAS

Justo Alejo, vanguardia en vena

El autor zamorano, al que se le ha rendido un reciente homenaje en Valladolid, aprendió de Francisco Pino que todo es posible en poesía

Retrato de Justo Alejo realizado por el artista Félix Cuadrado Lomas

ANTONIO PIEDRA

Últimamente se habla con frecuencia de la poética de Justo Alejo, el poeta zamorano, nacido en Formariz de Sayago el 18 de diciembre de 1935, y fallecido en Madrid, en trágicas circunstancias, el 11 de enero 1979. Hace unos días -el 10 del mes en curso-, con motivo de las II Jornadas Poesía en Valladolid -que organiza el Ayuntamiento y que dirige el profesor Javier Dámaso- se hizo un homenaje al poeta sayagués. Oportunísima ocasión, pues el ciclo de ponencias se centraba en torno a la poesía y sus migraciones. Justo Alejo representa esa migración que, en la posguerra, se produjo inexorablemente del campo a la ciudad.

A primeros de septiembre de 1954, con apenas 19 años, el joven Alejo ya estaba en Valladolid como soldado voluntario en la base Aérea de Villanubla. Poeta intuitivo desde la niñez, se topó, casi instantáneamente, con un grupo de amigos afines que se reunían en torno a la Librería Anticuaria Relieve, que entonces dirigía el inolvidable y providencial Domingo Rodríguez. Allí un grupo cohesionado de pintores, poetas, grabadores, y contertulios de toda condición social y política, hablaban de lo divino y de lo humano. Y aquí, conoció Justo al poeta que necesitaba para destapar su inquietud vanguardista innata. Me refiero a Francisco Pino que tuvo en él una influencia decisiva.

Por aquellos años Francisco Pino ya era un poeta intratable con las formas tradicionales del verso, a las que consideraba insuficientes o caducas. Estaba diseñando los márgenes de la neo vanguardia española en la soledad sonora del Pinar de Antequera, con pocas o nulas comprensiones. Incluso con los frecuentes altercados que produce toda poética rupturista. Esto a Pino nunca le importó demasiado, pues ya entonces era una tea ardiente que vivía exclusivamente por y para la poesía. Justo Alejo fue de los pocos jóvenes que tuvo acceso directo al genio con una frecuencia regular de encuentros que el poeta zamorano calificó de «primiciales visitas».

Con Pino aprendió Alejo que todo es posible en poesía hasta forzar el parto de una nueva comunicación. No se trata de la mera transgresión frente a las poéticas clásicas o modernistas, sino de una reflexión, muy aristotélica en el fondo, que bordeaba los límites de lo imposible con todo aquello que la poesía tradicional ya no usaba: palabras no poéticas, materiales desechables, música de arrastre, collages, trazos, colores primarios, olores, y todo aquello que procede de la cacharrería espacial que bordea los arrabales de la nada. Todo esto, le decía Pino a Alejo, es susceptible de ser poesía si existe un instinto poético que lo dé vida.

Alejo no sólo lo comprendió, sino que, además, formuló su propia originalidad hasta convertir las piedras en pan. De este proceso di cuenta cuando tuve la suerte de publicar la Obra Completa del poeta zamorano en 1997. Hay una primicia que encarna Alejo. Tocado por la poesía social de entonces y del vanguardismo filosófico de Benjamin, el poeta zamorano incide en el lenguaje de la publicidad hasta dar con sus propias categorías poéticas. No hay trivialización de la vida en rebajas, o de las transacciones comerciales, de las que el poeta zamorano no saque un hilo de espiritualidad, un chute artístico, o una lírica desgarradora. Por esto y más, Justo Alejo es un gran poeta, y recordarlo una obligación.

Justo Alejo, vanguardia en vena

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