Artes & Letras
Julián Marías, el filósofo inspirado en el cine
El pensador reconoció la deuda de su obra hacia el séptimo arte. Un estudio de Alfonso Basallo bucea en la intensa producción desarrollada por el vallisoletano en torno a la gran pantalla: casi mil quinientos artículos
![Julián Marías, entre libros](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2016/03/29/julian-marias--620x349.jpg)
«N o he asistido al nacimiento del cine, pero sí a su niñez, desde la mía de espectador. He conocido casi todo su desarrollo, he seguido paso a paso sus descubrimientos, sus vacilaciones, sus crisis. (...) He sido durante más de sesenta años un espectador fiel. En el cine, como en el amor, la fidelidad es muy importante», decía Julián Marías (Valladolid, 1914-Madrid, 2005) en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Esa pasión por el séptimo arte del filósofo vallisoletano no se quedó en el terreno personal. Él mismo confesaba, en la misma intervención ( extractada en Blanco y Negro , en diciembre de 1990), la influencia que la gran pantalla tuvo en su obra: «Cuando escribí un libro titulado Antropología metafísica, el más personal de mis libros estrictamente filosóficos, me di cuenta de lo que debía al cine. Muchas ideas que en él alcanzaron formulación rigurosamente teórica se me habían ocurrido contemplando películas o reflexionando sobre ellas».
Pese a la importancia que Marías dio al cine, sus aportaciones críticas en este campo constituyen una vertiente de su trabajo poco conocida fuera del ámbito especializado. El libro Julián Marías, crítico de cine. «El filósofo enamorado de Greta Garbo» (Fórcola Ediciones) , escrito por Alfonso Basallo, ahonda ahora en la faceta menos estudiada del pensador vallisoletano y en su extensa producción en este campo, casi mil quinientos artículos publicados cada semana en la Gaceta Ilustrada, desde 1962 a 1982, y en Blanco y Negro, desde 1988 a 1997.
«El primer crítico que escribió de Doctor Zhivago (1966), Verano del 42 (1971) o El silencio de los corderos (1991) en la prensa española no era periodista sino filósofo. Se llamaba Julián Marías, era discípulo de Ortega y Gasset, autor de libros tan leídos como Historia de la filosofía o La educación sentimental, y uno de los mayores intelectuales de España en la segunda mitad del siglo XX. (...) En realidad, Marías conoció antes a Buster Keaton que a Aristóteles, y a Chaplin antes que a Ortega. Fue espectador antes que filósofo», señala Basallo en las primeras líneas de su obra. Con frecuencia, las estancias del pensador en el extranjero, por motivos laborales, le permitían ver películas aún no estrenadas en España y adelantarse a la crítica nacional en sus análisis.
El escritor y periodista zaragozano Alfonso Basallo reivindica la aportación en torno al cine de Julián Marías. No es, dice, «una anécdota más o menos curiosa» en su vida y en su obra. Porque el filósofo asumía, «siguiendo a Ortega y a Goethe», que «ver es pensar con los ojos». Y porque «viendo historias de ficción en la pantalla Marías hizo antropología». «Posiblemente no tendríamos obras capitales de la filosofía española como Introducción a la Filosofía, Antropología metafísica o Persona si el pensador no hubiera contado con ese laboratorio de ideas que eran las películas», augura el autor.
Basallo destaca la ecuanimidad e independencia de las reflexiones cinematográficas del filósofo
Su obra filosófica está plagada de referencias cinematográficas, como constata Basallo en su libro. Sobre el cine escribió Marías en Imagen de la India: «Es arte, pero antes que eso es una droga: quizá la más inofensiva, no es embrutecedora, no envilece, alegra el corazón, dilata el horizonte de la vida, da fuerza para llevar la pesadumbre de ésta». En La educación sentimental «dedica un apartado entero al séptimo arte, destacando sobre todo el potencial educativo del cine».
Julián Marías no se consideraba crítico de cine, él mismo habló de sus «artículos cinematográficos», aunque los estudiosos inscriben parte de esos escritos en el género de la crítica, y en otros casos confirman su carácter ensayístico y antropológico. Al margen de etiquetas, la atención de Marías al cine fue constante. «Tanto es esto así que, salvo contadas excepciones (como es el caso de La lista de Schindler), no hay filme de cierto relieve (bien por sus premios, su rendimiento en taquilla o su interés objetivo para la Historia del Cine) que no haya sido analizado por Julián Marías de los estrenados en los treinta y cinco años en los que escribió semanalmente, salvo el paréntesis de seis años (1982-1988) desde que dejó Gaceta Ilustrada hasta que reanudó su actividad sobre cine en Blanco y Negro» , explica Alfonso Basallo en su obra.
«Conoció antes a Buster Keaton que a Aristóteles. Y a Chaplin antes que a Ortega. Fue espectador antes que filósofo»
Marías no fue ni benévolo ni complaciente en esta faceta, sino «más bien tremendamente selectivo», constaba el autor del estudio. Y aunque en su selección se inclinaba por títulos que merecía la pena ver y recomendar, tampoco esquivó las malas críticas. Nacido el 4 de julio era una de las peores películas que recordaba en sesenta años, tal como escribió en Blanco y Negro en agosto de 1990.
La ecuanimidad y la independencia son dos características fundamentales que Basallo atribuye a las reflexiones cinematográficas de Julián Marías. Con una excepción: Greta Garbo. El filósofo llegó a confesar en la revista de ABC que, con la esperanza de ver a la diva, estuvo «bastante rato» en Central Park junto a una amiga norteamericana que veía pasear «con cierta frecuencia» a la actriz por el lugar. «No hubo suerte», decía en un artículo dedicado a la estrella después de su muerte.
Marías esperó «bastante rato» en Central Park con la esperanza de ver pasear a Greta Garbo
«Sentí siempre por ella, más que admiración, entusiasmo», reconocía antes de recordar que casi treinta años atrás había formulado la «teoría de Greta Garbo»: «Hablaba yo de la genialidad de Greta Garbo, algo fácil de aceptar: se pensaba que era “una actriz genial”. Pero no estaba muy seguro de que fuera así; como podía decirse que Charlie Chaplin era un actor genial. En mi opinión, Greta era una mujer genial; es decir, su genialidad pertenecía no a lo que “hacía”, sino a lo que “era”: no profesional, sino personal. En suma, una forma genial de feminidad, de ser mujer».
«Desde muy antiguo -recordaba en otro artículo anterior- he comentado lo que gozaba con las “malas” películas de Greta Garbo, porque permitían desentenderse un poco de lo que pasaba en la pantalla y dedicarse a verla vivir».