Artes&Letras

José Luis Puerto: «Toda creación humana entra en contacto con la inocencia»

El recién ganardonado con el Premio Castilla y León de las Letras se prodiga tanto en el campo de la etnografía como en el de la poesía, dos territorios para él íntimamente relacionados: «Veo también lo poético en las tradiciones orales, en el mundo popular»

El escritor salmantino José Luis Puerto EFE

C. MONJE

Acaba de recibir el Premio Castilla y León, que aplaude su trayectoria literaria en su doble faceta como promotor de «revistas y colecciones editoriales de prestigio» y una obra poética «que se distingue por la obsesión central por el tiempo y la noción de la poesía como instrumento de reflexión e interpretación del mundo».

-¿Este premio le saca un poco de ese lugar reservado que reivindica como escritor? Ese «no dejarse ver», «no aparecer tampoco donde el poder celebra sus rituales», que menciona en uno de sus poemas?

-Efectivamente, un premio como este te saca de alguna manera de ese lugar apartado en el que yo creo que tiene que estar el escritor para crear su propia obra. Pero nunca desentendido de la vida, del mundo. Me gusta mucho una imagen de la «Oda a la vida retirada», de Fray Luis de León, que dice: «A mí una pobrecilla mesa / de amable paz bien abastada / me baste». Creo que el poeta tiene que estar en esa pobrecilla mesa de paz, creando su propia obra. Eso sí, la vida es importantísima, porque la poesía se nutre de la vida, tiene que dar cuenta de la vida, revelar el mundo, revelar el ser humano, y de alguna manera acercar ese misterio, esa segunda realidad que se nos hace a veces invisible, que no percibimos y que siempre ha de vibrar en el poema.

«Mi vocación etnográfica nace de mi origen. Procedo de La Alberca, donde la tradición la tenemos ya en la raíz, en el ADN de cada uno»

-Acaba de publicar Leyendas de tradición oral de la provincia de Salamanca. ¿Qué lugar ocupa en su trayectoria el estudio de la tradición?

-Mi vocación etnográfica nace por una parte de mi origen, procedo del mundo rural, de La Alberca, donde la tradición la tenemos ya en la raíz, en el ADN de cada uno, es un pueblo muy ceremonial, muy ritual. Todo eso lo he vivido de niño. Por otra parte, procedo de ese mundo rural donde la tradición oral, en mi niñez, se iba desgranando en las reuniones de vecinos, en los seranos, en las noches en torno a la lumbre, donde la gente contaba, cantaba... y también en otros contextos festivos y laborales. De alguna manera yo veo también lo poético en las tradiciones orales, en el mundo popular, en toda esa tradición anónima que se va transmitiendo de unos a otros, que vive en variantes, como decía Ramón Menéndez Pidal, y por eso ha sido una tarea que me ha interesado mucho. Y esa tarea si no la realiza alguien, es una memoria que se pierde, de ahí la importancia de recogerla.

-¿Se ha estudiado lo suficiente la cultura tradicional en Castilla y León?

-Esta Comunidad, afortunadamente, tiene grandes folcloristas y etnógrafos desde los años sesenta hasta hoy mismo, comenzando por Joaquín Díaz, que puede ser una figura emblemática, u otros que no voy a citar ahora de la larga serie de etnógrafos que hay. En general, en Castilla y León sí se han ido recogiendo las tradiciones las tradiciones populares, las tradiciones campesinas. Eso sí, hay unas zonas más privilegiadas que otras y unas comarcas donde están mejor recogidas que en otras, pero eso es inevitable.

«La poesía broga de una fuente antigua, un manadero de lo primordial, que es donde están esas palabras que escuché fascinado en mi niñez, que tienen una música y un misterio»

-En esa faceta suya ha trabajado mucho tanto en la Sierra de Francia, donde nació, como en la provincia leonesa, donde vive. ¿Hay más diferencias o elementos comunes en la tradición oral de esas dos zonas?

-He recogido no solo la tradición oral, sino los ritos festivos y laborales, el mundo de las creencias o el teatro popular en la provincias de León y Salamanca, especialmente en la Sierra de Francia, y en las Hurdes, que forma parte de eso que se llama el «dominio leonés» que ya citaba Menéndez Pidal. Diría que hay no unidad en las tradiciones orales, pero sí unos mismos motivos en esencia, que se van repitiendo, pero que tienen variaciones muy significativas también.

-Escribe en Señales: «Cómo querría ahora convocar / Las palabras antiguas, / Las voces primordiales (...) Qué salvación sería / Volver a aquellas sílabas tan puras». En La protección de lo invisible añade: «Que vuelva el tiempo antiguo / La luz de los relatos / que fundan a través de la palabra / El sentido del mundo» ¿Esa tradición oral ha influido en su poesía?

-Sí, ha influido la tradición oral, y cuando aludo a esa realidad en esos versos lo que quiero indicar es que la poesía brota de una fuente antigua, un manadero de lo primordial, que es donde están esas palabras que escuché fascinado en mi niñez, que tienen una música y un misterio. María Zambrano u Octavio Paz hablaban de que el lenguaje poético está vinculado a antiguos lenguajes sagrados. La poesía es un lenguaje de sacralidad en definitiva. Cuando pronuncio esas palabras estoy subrayando lo sagrado que hay en el hablar, en esas palabras que hemos pronunciado desde niños.

-En su poesía parece decisiva también su condición de filólogo. Hace de las propias palabras el asunto de muchos de sus versos. Ha comparado la poesía con la «tarea antigua» de afilar la guadaña: «Tratar con las palabras, / Aguzarles el filo / Para que digan de un distinto modo».

-Efectivamente, está presente toda esta tradición filológica a la que pertenezco por formación, estudié Filología Románica en la Universidad de Salamanca. Las palabras son como semillas que tienen un corazón, que esconden algo, una música, un significado que el poeta tiene que intentar extraer. Que las palabras no sean rutinarias ni desgastadas, sino que nos traigan un nuevo fulgor que hay en lo verbal.

«El poeta siempre ha de revelar lo otro, lo pequeño, lo no atendido, lo que pasa desapercibido. Trato de fijarme en eso que se olvida o se desprecia»

-Sobre su reciente incursión en la poesía visual (Abecevarios) ha reconocido que los antiguos bordados de su tierra inspiran el color de esas creaciones. ¿La tradición tiene su sitio en los nuevos lenguajes?

-Para mí, sí. Pintar me ha gustado desde niño y no he dejado nunca de hacerlo. Nunca había publicado esta serie de creaciones de lo que yo llamaría «poesía pintada». Curiosamente, en un congreso de la universidad francesa de Borgoña al que me invitaron, una profesora francesa vio uno de los cuadernos en los que dibujo y tomo notas y me animó a publicarlos. Después me invitaron de la Universidad de Clermont-Ferrand a un pequeño congreso sobre poesía visual europea y estuvieron expuestos algunos de mis abecedarios. Luego los he reunido en un libro y como son varios abecedarios los he titulado con ese neologismo de «abecevarios». Me gusta utilizar la policromía, esos colores que tengo en el corazón desde niño, cuando las mujeres hacían aquellos bordados serranos que se ponían en las ventanas y en los balcones para la procesión del Corpus. Esa policromía simboliza para mí lo puro, la niñez, ese momento de inocencia. Creo que toda creación humana entra en contacto con la inocencia y ese tipo de creación visual me remite a ella.

-Quizá eso está también relacionado su intención de atender «lo pequeño», «lo no atendido» para «que se escuche otra distinta música», como dice en uno de sus poemas. ¿Es su manera de estar en la poesía?

-Sí. Siempre me he decantado por una actitud que María Zambrano llamaba «piedad», un concepto que define como el trato adecuado con lo otro. El poeta siempre ha de revelar lo otro, lo pequeño, lo no atendido, lo que pasa desapercibido. Trato de fijarme en eso que se olvida o desprecia. Lo pequeño tiene mucha presencia en mi poesía. Está relacionado con otra tradición cultural de Occidente, que es lo humilde, que viene de San Francisco de Asís.

-¿Por eso también aparece la pobreza de forma recurrente en sus versos?

-Y también porque es una vivencia que tuve de niño. En el mundo rural en los cincuenta, la época en que yo nací, lo normal era tener esa experiencia, que luego me ha llevado a un valor que es la sobriedad. En esta sociedad del despilfarro en la que vivimos, la sobriedad, la esencialidad, el no abusar de nada, sino usar adecuadamente las cosas, tiene una gran importancia para mí. La pobreza también es un elemento moral importante en mi escritura.

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