Ates&Letras

Jorge Guillén y Américo Castro: amistad en la diáspora

La Fundación dedicada al autor vallisoletano publica la correspondencia que mantuvo el poeta con el filólogo e historiador, amigos desde los años veinte

Jorge Guillén, en su casa de Velintonia, en Madrid ABC

WILLINTON TRIANA CARDONA

No son buenos tiempos para los epistolarios. Desterrada la carta de los usos comunicativos actuales y borrada su significación del imaginario colectivo, el ciudadano corriente -letrado o iletrado- se ve abocado a vías de correspondencia cada vez más breves y perecederas. Si un teléfono fijo, por no hablar de un telegrama, es hoy prácticamente una reliquia, un conjunto de cartas organizadas en un libro es una antigualla arqueológica. No hace tanto, todo el mundo sabía escribir una carta, conocía el género y sus diferentes variantes, así como las fórmulas adecuadas para desenvolverse correctamente. En una carta cabía todo, hasta la literatura. Un epistolario largo suponía casi siempre una amistad forjada letra a letra y, a pesar de la distancia, el conocimiento profundo de una persona.

Durante el siglo XX, las cartas fueron un ejercicio diario para muchísimos escritores y científicos, y los epistolarios resultantes son hoy en día un fructífero terreno para críticos y editores, pues complementan, explican y apuntalan la obra de algunos de los grandes maestros de nuestra historia intelectual. Este es el caso de Jorge Guillén, de quien ya hemos visto publicados diversos epistolarios: la Fundación Jorge Guillén ha editado o coeditado la correspondencia del poeta vallisoletano con Jean Cassou, con José María de Cossío, con Pedro Salinas y Gerardo Diego, con su mujer Germaine Cahen, etc. Y ahora la serie se ve aumentada por esta Correspondencia (1924-1972) entre el poeta vallisoletano y Américo Castro, publicada dentro de la colección Cátedra Jorge Guillén de la Universidad de Valladolid, con un prólogo del filólogo vallisoletano Manuel J. Villalba, que se ha encargado además de la edición del texto y de las notas.

Más relevantes que los asuntos familiares es el comentario recíproco de las obras de ambos

La relación entre Guillén y Castro se remonta a los años diez del siglo XX, cuando el entonces joven poeta entra en contacto con el Centro de Estudios Históricos, que dirigía en Madrid don Ramón Menéndez Pidal, y cuya sección de Lexicografía estaba a cargo de Américo Castro, ocho años mayor que Guillén. Su amistad fue fraguando durante los años veinte, como atestiguan las primeras cartas de este volumen, hasta que la Guerra Civil los forzó a un exilio que, al mismo tiempo, unió sus destinos como profesores universitarios en Estados Unidos. Guillén en Wellesley College y Castro en Princeton -así como Pedro Salinas, amigo común y tercera pata de este banco, en Johns Hopkins University-, iban a emprender una serie de proyectos comunes que, a lo largo de sus vidas y como reflejan estas cartas, representarían para ellos un lazo de unión entre ellos mismos y la madre patria común. Tesis doctorales, conferencias, diversas iniciativas que suponían para ellos -en palabras de Manuel J. Villalba, también él, setenta años más tarde, profesor español en Estados Unidos- «grandes aspiraciones, muchas de ellas truncadas; esfuerzos vitales hercúleos; meditaciones profundas. Dos vidas en la diáspora compartidas por dos supervivientes, dos náufragos del desastre español de 1939».

Américo Castro en su despacho, con su máquina de escribir

Unión casi familiar

La vida universitaria, además, iba a unir a Jorge Guillén y a Américo Castro casi de modo familiar, pues la hija del primero, Teresa Guillén, se casaría con Stephen Gilman, alumno predilecto de Castro, y Claudio Guillén, el hijo de don Jorge, iniciaría su carrera académica como profesor asistente en Princeton, gracias a don Américo. Los asuntos familiares, como es lógico, ocupan un lugar de importancia en la relación epistolar de Guillén y Castro, pero no tan relevante como el comentario recíproco de las obras que ambos iban publicando. Guillén va dando cuenta a su interlocutor -enviándole poemas manuscritos, libros, comentarios...- de su obra en marcha, que en esos años se ciñe a Cántico y Clamor. Castro, por su parte, no deja de mandarle a Guillén cada separata, prólogo o libro que publica. Esto provoca una serie de cartas cruzadas llenas de consideraciones y pensamientos sobre ambos campos de trabajo: por un lado, el origen del impulso lírico y el sentido del quehacer poético; por el otro, la noción histórica de España y los conceptos historiográficos que intervienen en su definición. Aquí es donde encontramos las páginas de mayor altura, en las que la amistad y la valía intelectual dan los frutos que se esperan de estos dos pilares de la diáspora española del siglo XX.

Tuvieron la voluntad de crear una solidaridad entre exiliados que trascendiese su generación

Porque la amistad entre Jorge Guillén y Américo Castro revela en estas cartas la voluntad de construir una visión colectiva sobre esa diáspora, una solidaridad entre los exiliados que, basada en lo personal y familiar, trascienda ese ámbito para extenderse a las generaciones siguientes y desarrollar -con las herramientas de la memoria y la cultura- una identidad común. Esta integración de la solidaridad personal y el bien colectivo es el legado más importante de la España del exilio, y sustenta en una posición de dignidad a la llamada «tercera España». En estos tiempos de desintegración e indignidad, tan malos para los epistolarios, bien merecen estas cartas un poco de atención.

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