Jorge Francés - Ruido blanco

Refugio

«En muchos pueblos solo notarán la «desescalada» cuando la soledad vuelva a abandonarles los fines de semana y las fiestas de guardar que solo allí se guardan»

ICAL

Hace tiempo que el mundo rural es un refugio. Un baúl que custodia las tradiciones, muros que susurran historia, atardeceres lentos y tormentas poderosas. Un almanaque de vidas que no supieron ni quisieron vivir de otra manera y quedaron arraigadas al legado de generaciones asumiendo orgullosas el peso de la memoria. Un refugio, en mitad del páramo o tras las serpenteantes carreteras de montaña, que huele a verano y donde se juega a la infancia.

Incluso en tiempos de pandemia y confinamiento para la mayor parte de la sociedad los pueblos siguen siendo tan solo una guarida para la nostalgia y quién sabe si la felicidad. Por eso allí donde no llegaron las maletas irresponsables de madrileños y urbanitas al inicio de la epidemia se han mantenido a salvo. Ellos que llamaban a la «distancia social» olvido y a las puertas cerradas abandono son islas verdes en los mapas estadísticos porque allí es primavera. En muchos pueblos solo notarán la «desescalada» cuando la soledad vuelva a abandonarles los fines de semana y las fiestas de guardar que solo allí se guardan.

Un refugio y nada más. Si las ciudades que impiden respirar desde hace décadas no nos hicieron volver tampoco lo hará este virus. Todos descontamos los días para ser los de siempre, es decir, para ser los de antes. Casi desierto quedó el llamamiento de mano de obra en el campo para suplir a los temporeros extranjeros ante la incredulidad de los agricultores tras la avalancha de despidos y ERTES en otros sectores. Pero mejor confinados y pobres que curtirse las manos y doblar la espalda. Es la condena de un país que nos prometió prosperidad y clase social a varias generaciones. Y esa idea de prosperidad preinstalada no incluye recoger fresas ni arrancar cebollas a pesar de encadenar crisis y desesperanza. Es la dramática sentencia cuyo mazo justiciero ha vuelto a golpear estos días que hemos conocido los datos del último padrón. Castilla y León resta otros 6.263 habitantes.

Volveremos pronto al serano y la procesión. Al cielo estrellado y el horizonte eterno de un pueblo. Siempre con las maletas hechas. Cada vez más refugio y menos hogar.

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