Jorge Francés - Ruido blanco

Una libra de España

«... Hasta la búsqueda de la igualdad se torna en desigualdades. El Gobierno canjea la gestión autonómica de la prestación por síes parlamentarios fabricando nuevos desequilibrios territoriales»

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa ofrecida el domingo EP

Para el sanchismo la España plurinacional son las autonomías con las que equilibrar la gobernabilidad coja. Cada negociación es un canto a nuevas identidades asfixiadas por el centralismo que se tornan súbitamente necesarias de un desagravio de desigual tamaño a sus votos en el Congreso. El sanchismo es una identidad cambiante, el alimento perfecto para cualquier independentismo, nacionalismo, regionalismo o localismo dispuesto al mercadeo. Es Adriana Lastra añadiendo deudas a espaldas de los ministros, Rafael Simancas sembrando rechazos e Iván Redondo corrigiendo cada tarde el argumentario.

Pedro Sánchez ha emergido como el antagonista necesario para reivindicarse en su debilidad sin escrúpulos y su cuestionable virtud de la traición. Ser socialista ahora es vaciarse de ideologías para asumir la versatilidad que exija la geometría variable parlamentaria. Hay que dejar hueco republicano los lunes, un guiño abertzale los martes, privilegios forales los miércoles, madreñas para los jueves, independentismo amarillo los viernes, comunismo progresista los sábados y acordarse que Teruel Existe los domingos. Este PSOE tiene tanto de otros que ya no le queda casi PSOE ni socialistas.

El Ingreso Mínimo Vital es una vieja factura de Podemos bienvenida si alivia la emergencia social y no subvenciona la miseria, aunque nada novedosa. En Castilla y León existe desde hace diez años la Renta Garantizada de Ciudadanía. Sin embargo, hasta la búsqueda de la igualdad se torna en desigualdades. El Gobierno canjea la gestión autonómica de la prestación por síes parlamentarios fabricando nuevos desequilibrios territoriales. Las competencias son premios o castigos que rasgan en vez de zurcir las heridas de la maltrecha España.

El último discurso de Pedro Sánchez era el del final de la pandemia. Es un presidente a destiempo. Todavía en el negro del luto aplazado y queriendo que el estado de alarma continúe hasta el 21 de junio. Pero Sánchez el domingo predicó la victoria. Con solemnidad hueca agradeció el trabajo del experto Simón y el ministro Illa con el osado triunfalismo del que nos piden huir la mayoría de científicos. No celebraba nuestra victoria si no la suya. Seguir habitando la Moncloa aunque todos los mercaderes de Venecia le pidan como aval una libra de carne, una libra de España.

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