Jorge Francés - Ruido blanco

Ley del mínimo esfuerzo

«La libertad no se protege desde el sectarismo ni quemando asignaturas ni apretando mordazas. La libertad en democracia debe permitir que el mejor consiga llegar más alto»

La socialista Mari Luz Martínez Seijo, en una imagen de archivo EFE

La cultura del esfuerzo murió mucho antes que la Ley Celaá llegue a las aulas. Esta reforma educativa, que esconde trueques, es la materialización de una degradación que arrastramos desde hace décadas. La ejemplaridad no existe, basta ver a los partidos amarrando el acuerdo fácil aunque pise muertos. Quedó enterrada en la hemeroteca con un par de dimisiones estrictas cuando la «nueva política» aun amenazaba las viejas siglas y mantenía el engaño de que no eran otros pocos queriendo hacer lo de siempre. Lo difícil es el consenso. Lo arduo es un diálogo constructivo que consiga que nadie gane pero tampoco nadie pierda. Así que se han entregado a la ley del mínimo esfuerzo. Esta ley (ataca la superación, la concertada y la religión) es la más sencilla posible para la coalición del populismo excluyente.

El PSOE revanchista del sanchismo autonómico verbalizado en Mari Luz Martínez Seijo advertía (ellos nunca amenazan) de insumisión al presidente Mañueco por unirse al bloque que limitará en su territorio esta Ley Celaá que nace tan muerta como todas las anteriores que no surgen de un pacto de Estado y que será historia en cuanto cambie el gobierno. En esto se ha convertido el nuevo socialismo abrazado a los extremos, en una imposición constante y en la exigencia de sumisión por lapidación pública de quien no comparta la visión radical de sus Españas.

Una sociedad libre solo puede construirse desde una educación de calidad, plural y para todos. Pero la libertad no se impone. La libertad no se protege desde el sectarismo ni quemando asignaturas ni apretando mordazas. La libertad en democracia debe permitir que el mejor consiga llegar más alto. «El éxito es fácil de obtener, lo difícil es merecerlo», decía Albert Camus. La Ley Celaá refleja una clase política profesionalizada y enajenada en lograr su éxito, que es alcanzar el poder y hacer lo que sea por mantenerlo. Ese es su ejemplo. El mérito ha sido derrotado por los favores y la paciencia dócil con el que a los mediocres les salen las cuentas mientras venden el futuro de un país maltrecho y cada vez con más heridas abiertas.

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