Jorge Francés - Ruido blanco

Un exviajero

«Con estos Carnavales amargos y nada carnales se ha cerrado el ciclo anual de fiestas y tradiciones de siempre que no hemos podido celebrar como antes»

EFE

A Wenceslao Fernández Flórez le quitaron de viajar los transportes. Escribió que se había curado de «esa enfermedad costosa y molesta», que padecen todos los hombres nacidos a la orilla del mar al considerar la quietud como desasosiego, gracias a la incomodidad y el riesgo que suponía el tranvía, el coche o el tren de la época. Una adición, la de los viajes, que con las décadas se extendió como necesidad en la serenidad del páramo y en el balcón de la montaña. Yo también era un viajero, modesto según exige el salario de periodista, que anhelaba pisar otras ciudades y habitar hoteles elegantes en esa irrealidad fabricada de los viajes por turismo. Uno es feliz lejos porque disfruta de jornadas ociosas y derrochonas que su economía no le permite mantener en su hogar más que por la aventura apasionante de conocer culturas, la experiencia excitante de descubrir gastronomía o ese cosquilleo de ilusión que se siente al pisar los lugares donde se hizo la Historia. Por el pantalón corto y la camiseta.

Qué recuerdos de aquello de ser viajero y aguardar horas de retrasos en los aeropuertos. Qué añoranza de las colas en las aduanas, de la congoja innata a que le mire mal un agente y esa vulnerabilidad casi sádica de vagar perdido sin entender nada. Fíjense si estábamos ciegos ante los viajes que no hay sensación más placentera que aterrizar en tu país y escuchar por megafonía la voz de nuestra megafonía y llegar a casa y deshacer la maleta. Qué suerte que nos abriera los ojos la pandemia.

Con estos Carnavales amargos y nada carnales se ha cerrado el ciclo anual de fiestas y tradiciones de siempre que no hemos podido celebrar como antes.«Castilla y León. Tamaño familiar» decía una campaña de la Junta que fue presagio de dónde acabaría el horizonte. Olvídense de viajar alantrote si aun no saben saborear un cielo enrasado de Castilla sentados al serano mientras se levanta el amargacenas. No se amurrien por no viajar, que aquí hay de todo menos océanos inquietos pero tenemos mares de nubes y de trigales en primavera. A este mundo estrecho y encogido en un año lo hemos llamado resilencia.

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