Jorge Francés - Ruido blanco
¡Esas no volverán!
«En una semana se cumplen ciento cincuenta años de su fallecimiento en un silencio imperdonable»
Si el romántico Gustavo Adolfo Bécquer hubiera descrito un año para ser recordado se parecería a este aciago 2020. La bruma de la pandemia es una terrible advertencia de esta vida, fugaz y frágil, que a él también le abandonó pronto, en ese momento de cobre en el que la juventud se torna serena. «Lloro la vida que me huye» escribió en «Las hojas secas» poco antes de su muerte a los treinta y cuatro años. «Yo moriré también y el viento llevará algún día su polvo y el mío, (...) ¡Debíamos secarnos! ¡Debíamos morir y girar arrastradas por los remolinos del viento!». En eso el viento le fue fiel, el viento son los años y después los siglos. Bécquer se secó enredado a la memoria popular. Todo el mundo es capaz de continuar aquello de «¿Qué es poesía?», o «Por una mirada, un mundo». Sin embargo, la suya es también una historia de olvido. Y puede que estuviera satisfecho con permanecer así de translucido, como un ánima de sus leyendas, en el retrato eterno de perfil afilado, mirada profunda y gesto atormentado. Es tan becqueriano ese abandono, la decadencia de cementerio de madrugada y el amor en su pureza embriagadora que lo empapa todo de un almíbar quebradizo.
En una semana se cumplen ciento cincuenta años de su fallecimiento en un silencio imperdonable. A Bécquer se le ha querido conmemorar como a un escritor menor, con un escuálido programa en su Sevilla natal y en la Soria de las leyendas que luego hizo añicos la emergencia sanitaria. El Ayuntamiento de Soria creó un logotipo, una llegada en tren, una fiesta de disfraces y una edición de su Semana de Novela Histórica que no pudieron celebrarse. Había renunciado ya a un acercamiento en profundidad al personaje, a un proyecto cultural sólido que perdurase. Pero tras las suspensiones, la nada. El resto de instituciones públicas y privadas nada. Ahora a Bécquer le debemos un centenario, igual que le negamos relevancia a su trayectoria como periodista. La cultura es siempre una oportunidad, tantas veces perdida, porque «volverán las oscuras golondrinas», aunque «aquellas que aprendieron nuestros nombres… / ¡ esas… no volverán!».