Jorge Francés - Ruido blanco

Diáspora

«Diga lo que diga Mañueco (y aunque lo mandara Igea) llegará la diáspora del estío, los castellanos y leoneses en Castilla y León aguantan pero no veranean si no tienen casa blasonada»

ICAL

Nos ha sobrado un día de fase 1 para demostrar que aquello de que de esta pandemia saldríamos siendo otros era un postureo más de esa persona que nos encantaría conocer y sonríe en nuestras redes sociales. La realidad es tan tozuda que acaba destrozando siempre lo que esperamos de ella. Desde ayer nos corre el optimismo, nos fluye la primavera que quedó esperando en la alacena. Los 29.000 muertos, si siguen siendo lejanos, no van a empañar la vuelta a la vida, no van a asfixiar los reencuentros pendientes. Ése es el ritmo acelerado de la desescalada que anhela llenar las terrazas, abrazar familiares, brindar con amigos, parcelar las playas y resucitar el verano turístico que creíamos sepultado en el distanciamiento.

No hemos cambiado, lo siento, pero quizá hayamos aprendido algo. Las semanas más duras de soledad nos enseñaron las casas que habitamos y que no conocíamos. Los clásicos pendientes y los libros olvidados. Que a pesar de todo el mundo se puede bajar de ti una mañana sin echarte de menos. La vida sin nosotros sería prácticamente la misma, con la belleza de atardeceres sobre el páramo y sueños en la gatera pero con los patos cruzando pasos de cebra.

Dice Fernández Mañueco que este debe ser el verano del turismo de interior, conocer nuestra provincia hasta que conquistemos la nueva realidad y entonces viajemos por nuestra comunidad autónoma, esa patria gruyere vacía de sentimientos. Haremos la primera parte y dejaremos para otra pandemia la segunda. Estas semanas muchos vallisoletanos descubrirán cómo cae el cielo sobre el castillo de Montealegre, que en Urueña sembraron librerías y que Juni o Berruguete lograron retorcer de dolor la madera. Que en mayo Valladolid es menos sobrio y tiene oleaje en los trigales. Hay una Provenza morada en lavanda de Tiedra. El corazón del imperio y los ecos de Jeromín en Villagarcía de Campos.

Pero según se abran las provincias de esta España hecha jirones de banderas arrojadizas recuperaremos de inmediato el ansia de la huida. Un verano es tu pueblo y una playa donde desembocar los años. Diga lo que diga Mañueco (y aunque lo mandara Igea) llegará la diáspora del estío, los castellanos y leoneses en Castilla y León aguantan pero no veranean si no tienen casa blasonada. El autonomismo útil lo achicharra el verano. El Sardinero es la playa de Castilla y Gijón la de León.

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