Jorge Francés - Ruido blanco

Detectives de mierda

«Ya no quedan profesiones románticas, se extinguen las leyendas»

El día que se acaben los periódicos de papel los detectives denunciarán a la prensa y acabarán recortándole ojos a las cartas del banco. Cuando pasen otra vez de moda las gabardinas volverán a parecer cobradores de morosos. Todos hemos fantaseado con la pose de espera, el interrogatorio sagaz y con largas guardias en un coche viejo comiendo hamburguesas. Todos quisimos ser detectives alguna vez por ese superpoder de ir de incógnito, que es como bajarse un rato de la vida, abandonar las palabras que es lo que nos piden las entrañas ahora que ha muerto Gistau y con él la vocación de generaciones de juntaletras.

Ya no quedan profesiones románticas, se extinguen las leyendas. Domadores de circos de fieras, boxeadores rotos, corresponsales de guerra y whisky, escritores con bastón y sombrero. Periodistas de raza empeñados en dar noticias y no desbordados por dementir bulos. No queda ni la esperanza de acabar siendo Pereira y que la costumbre salte por los aires al conocer a cualquier Monteiro Rossi, porque no existe nada más extraordinario que lo que sucede en los grises de lo cotidiano.

Pero los detectives, ¡ay los detectives! El Ayuntamiento de Santa Marta, en Salamanca, ha contratado a dos para descubrir a los vecinos que no recogen los excrementos de sus perros. Soñar con ser detective, ensayando la voz ronca de Colombo, y acabar en este trabajo es como ser actor disfrazado de Mickey de Orcasitas en la Puerta del Sol. El progreso era asesinar las profesionales apasionantes, entregárselas a los algoritmos, vender las almas a la inteligencia artifical que nos devora al deshacernos en datos. Si nos espía hasta la nevera, qué utilidad darle a la vasta cultura de Pepe Carvalho, a la reunión de sospechosos para el descarte de Poirot o la máquina de escribir de Jessica Fletcher. Google y Facebook son los únicos detectives del siglo XXI. El progreso era matar la esperanza rutinaria.

Además deben recoger las pruebas. Así que lo peor no es ser Holmes en Santa Marta, si no el «querido Watson» que se agacha para embolsar la mierda. «Caniche color caramelo. Poca consistencia. Robó galletas».

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