Jorge Francés - Ruido blanco
La ciudad no es para mí
«Hay otra despoblación en matrioska, dentro mismo de las ciudades que vaciaron los pueblos. Otra decadencia silenciosa de la que también somos cómplices»
Lo que duele es la ausencia, el resto son arañazos. La agonía de luz en las tardes que anuncian invierno. Las calles vacías, los paseos sin bullicio, las tiendas cerradas desde hace tiempo. «Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse» escribió Prévert. Porque solo delata la ausencia, el resto son rasguños.
Hay otra despoblación en matrioska, dentro mismo de las ciudades que vaciaron los pueblos. Otra decadencia silenciosa de la que también somos cómplices. Hay una ciudad vacía en sus propias entrañas. En los cascos históricos que son esencia, silueta reconocible y esa parte del callejero laberíntica e histórica que creció en palacios o se deshizo en incendios. Allí donde ocurrió todo se apolillan ahora las casonas y se liquida la mercería, la frutería y el ferretero. Mientras nos amontonamos en los barrios y las urbanizaciones, despoblando por igual páramos y antiguas plazas. «El progreso consiste en renovarse» creía Unamuno y no en abandonar lo que durante siglos cinceló nuestro carácter. Pero ni siquiera Valladolid, que en los primeros ocho meses del año ha logrado romper la tendencia de pérdida de vecinos que se mantenía desde 2008, consigue renovar el tejido comercial de su zona centro. Un estudio de la patronal Avadeco registra un veinte por ciento de locales sin uso en una cifra que ha empeorado casi diez puntos en solo una década. Los políticos se han demostrado incapaces de combatir todas las despoblaciones. El corazón de las ciudades es vino y paseo. Los pueblos un decorado para domingueros.
Nos desangramos de fuera a dentro y de dentro hacia fuera para instalarnos en la insulsa periferia impersonal de las barriadas intercambiables. Panales dormitorio sin pasado y sin presente, donde solo pasa la rutina y el camión de la basura a partir de las nueve. La ciudad no es para mí, en realidad no es para nadie. El abandono termina en ausencia, en perder la costumbre de vivir comosintió Ruano en sus últimas horas. Esquelas y cerrojos. Obituarios cínicos a un quiosco arruinado, una librería derrotada y al ultramarinos jubilado. En el centro como en el pueblo ya siempre se está de paso.