Jorge Francés - Ruido blanco
Bar de campaña
Insisten hasta los manuales que las campañas se hacen para convencer a los indecisos pero lo realmente cierto es que en los mítines solo escuchan entusiastas convencidos
Decía Lincoln que «un dilema es un político tratando de salvar sus dos caras a la vez» y hoy también la definición más exacta de debate electoral. Los candidatos a las elecciones autonómicas andan convertidos en dilemas aunque debieran ser tan solo soluciones. No sé si se vio mucho o se vio poco el primer debate electoral de anoche porque en la calle se sigue hablando más de la teta-mundi que no irá a Eurovisión. Esa es la conversación de los cafés y las cañas y ahí, en el cestillo de patatas fritas, logra muy pocas veces colarse la campaña electoral. Insisten hasta los manuales que las campañas se hacen para convencer a los indecisos pero lo realmente cierto es que en los mítines solo escuchan entusiastas convencidos. Hay un abismo entre el bar y la campaña que hasta ahora solo ha logrado saltar Aznar que es un líder circular. Mientras el resto de expresidentes del Gobierno resuenan como ecos del pasado Aznar en cada reaparición aturde. Sus palabras siguen siendo una advertencia implícita y una amenaza constante. Nadie sabe si volvió a Valladolid para bendecir a Mañueco o para regañar a Casado y cada uno expone su teoría en la segunda ronda de cervezas.
Por eso la campaña de verdad, la que quizá convenza, es la que se hace en los bares. Qué esperan de un país que se enamora y se deja, que cierra los mejores negocios y aclara los más turbios malentendidos en la intimidad bulliciosa de un café con galletita de canela envuelta en plástico. Y, aunque sea por necesidad, esa campaña artesanal perdida con ruido de botellines de fondo solo la está haciendo La España Vaciada. Es muy probable que anoche, cuando en la televisión los candidatos estrenaran sus minutos de verborrea, entraran en el bar de un pequeño pueblo soriano llamando la atención de los tres o cuatro vecinos que apuraban el penúltimo trago antes de recogerse. Escuchasen su realidad y expusieran un par de soluciones. No pronunciaran ni una sola vez «sanchismo», ni «deshonesto», ni «indecente». Es posible que de esos cuatro no llegue a votarles ninguno, pero consiguieron su minuto de oro. Ese que antes se esforzaba por encontrar la política.