Antonio Piedra - No somos nadie

Jacobo

«Fue el alma máter del denominado Grupo de Simancas, que renovó la estética castellana hasta agotar los confines de un paisaje y los fundamentos de una filosofía vital y novedosa»

Hace hoy ocho días falleció el gran pintor vallisoletano Fernando Santiago . Todo el mundo le llamábamos Jacobo a secas porque así le gustaba a él. Con su sentido del humor decía que «llamarse Fernando ya es en sí suficientemente rotundo, y no te digo nada si le añades dos apellidos como los míos, Santiago y Santiago». Total que, siendo además un hombre de distancias cortas y de palabras siempre muy ajustadas, lo de Jacobo venía a resumir sin canonizaciones ni retóricas todos sus nombres y gentilicios. En Valladolid, en Castilla y León, y en la historia española del arte contemporáneo, la firma Jacobo se identifica con Fernando Santiago y Santiago.

En la gélida mañana del sábado ocho de enero, se fue Jacobo para siempre como vivió desde hace ya muchos, muchísimos años: en esa magistral discreción estética que no necesita propagandas porque está ahí patente en todo instante y como aportando pruebas. A muchos nos pilló la noticia con el pie cambiado, pues ignorábamos su delicado estado de salud. Precisamente, hace un par de meses, me refirió Chelo que se había encontrado con él y con su esposa Pilar en la calle Teresa Gil: «Vi a Jacobo más delgado, pero con la misma viveza en los ojos y en el alma”. Así que yo, sin más reflexiones, me hice la cuenta del amigo que siempre me comunicó naturaleza y sintonía juvenil: está como una auténtica rosa.

Y en esta autenticidad inmarchitable lo sigo viendo hoy después de su fallecimiento. Como ya se ha repetido tantas veces, Jacobo fue el alma máter -o el lugar de residencia nutricia, según los clásicos- del denominado Grupo de Simancas , compuesto por seis geniales pintores - Francisco Sabadell, Félix Cuadrado Lomas, Domingo Criado, Gabino Gaona, Jorge Vidal, y el propio Jacobo -, que renovaron la estética castellana hasta agotar los confines de un paisaje y los fundamentos de una filosofía vital y novedosa. Jacobo, que era un ser liberal en todas las formas y sensibilidades artísticas habidas y por haber, ponía en el grupo esa graveza indispensable que situaba la contemplación de un cuadro en su sitio preciso y con un peso determinado.

Nada escapaba a su vis comercial extraordinaria y al sentido especial de poner las cosas bellas allí donde se volvían indispensables y útiles. Esto explica que ejerciera dentro y fuera del grupo como si fuera un marchante del gusto y de las cosas atractivas. Sus tiendas y sus galerías, por ejemplo, estaban abarrotadas de anzuelos. Quien entraba allí -calle Miguel Íscar con esquina Plaza Zorrilla- , salía con una satisfacción o con un sufrimiento. Satisfacción por llevarse algo bueno, o sufrimiento por si más tarde ya no llegaba a tiempo. O sea, lo más parecido a su obra artística que está llena de apariciones fulgurantes y de profundos silencios. Ay, amigo, y que haya que esperar tanto para decirte todo esto…

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