De investigar contra el cáncer a labrar las tierras en un pueblo de Palencia por falta de financiación
«Es una pena que se esté formando a gente muy buena para irse fuera y no producir para su país», señala el joven palentino Sergio de Cima, que ha colgado la bata para dedicarse a la explotación de sus padres
¿Quién le iba a decir a Sergio que tras más de diez años como investigador tendría que colgar la bata para dedicarse a la agricultura? Después de cursar durante cinco años Biología en la Universidad de León, otros cinco de doctorado en Salamanca, siete de investigador en el Instituto de Biomedicina de Valencia, uno más en Bélgica y otros tres en el Centro Nacional del Cáncer de la capital salmantina, este joven ha vuelto a su pueblo, Villarrobejo (Palencia), y ha cambiado el laboratorio por el campo en busca de una «mayor estabilidad». La financiación para su proyecto, que estudiaba el comportamiento de una proteína en la aparición del cáncer así como los posibles fármaco para hacerle frente, se acabó y, con ello, su contrato.
Inicialmente, la duración era de dos años, consiguieron uno más de prórroga pero no hubo posibilidad de alargarlo más. «Los contratos suelen ir asociados a los proyectos y, normalmente, suelen ser muy cortos; para investigar se necesita mucho más tiempo», lamenta Sergio, al que el hartazgo de «ir enlazando este tipo de contratos» le ha llevado a apostar por la agricultura, aprovechando que su padre dejaba el oficio por jubilación.
«Ya estaba cansado», asegura el investigador, que no sólo ha trabajado en áreas como el cáncer, sino que previamente se ha dedicado también al estudio de enfermedades raras. «No hay estabilidad porque se depende siempre de la financiación», explica el joven, que ahora se dedicará a labrar sus tierras con una perspectiva laboral «más estable», aunque en el campo «hay años buenos y malos». El cambio «va a ser duro», deberá pasar de las horas en el laboratorio a conducir un tractor y realizar el resto de labores agrícolas que conoce bien porque su familia ya se ha dedicado a ello y arrimaba el hombro siempre que podía. «Me va a costar modificar mi vida y lo voy a echar de menos», asume, pero «no hay otra», «la investigación ahora mismo no tiene futuro».
El panorama no es alentador. «Conozco muchos casos en los que les ha pasado lo mismo», relata. «Algunos al acabar la tesis se han ido a impartir clases a la universidad o a la enseñanza secundaria en busca de un medio de vida», explica, porque la investigación no les aportaba una «estabilidad suficiente». En el último centro en el que trabajó, otros siete investigadores desarrollaban su labor con becas de doctorado y su futuro es incierto. Sus anteriores jefes están ahora peleando por conseguir más fondos y nuevos proyectos, pero la inestabilidad política no ayuda.
«Buenos» profesionales
Y la consecuencia a corto plazo de la escasez de fondos y el vaivén en los proyectos será que «la mayoría de gente de calidad tendrá que irse al extranjero». «Es una pena porque se está formando a gente muy buena que se va fuera y no produce para su país», señala. Y es que en otros territorios la apuesta por la I+D es más clara, considera. «Tienen más fondos y cuentan con los medios más actuales y demandados», algo que a la larda da sus frutos en resultados y en la permanencia del personal.
¿Hay soluciones? Sí, asegura Sergio, y la primera es dedicar más financiación y programar proyectos más extensos en el tiempo para poder desarrollar las investigaciones. También plantea una figura intermedia entre el posdoctorado y los puestos de los niveles más altos para dotar a los contratos de los profesionales de una mayor estabilidad.
Por el momento, se dedicará a la agricultura. «Esto no es algo que se pueda coger y dejar», resume, así que no se plantea volver al mundo de la investigación a menos que el proyecto ofrezca estabilidad, pueda compatibilizarlo con la labor agrícola y estar cerca de los suyos.
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