Ignacio Miranda - Por mi vereda

Tristón sin niños

«Aquel chucho de orejas largas y arrugados belfos se fabricaba en Paredes de Nava, villa palentina de imponentes iglesias y cuna de los Berruguete, en una empresa de juguetes que acaba de cerrar»

Fue 1986 un año prolífico en acontecimientos que la memoria conserva. Asentado ya de lleno el felipismo en el poder, que ganaría sus segundas elecciones con mayoría absoluta, entramos en la Unión Europea, se implantó el IVA que tanto nos amarga la existencia, y a González le dio por montar un referéndum sobre la permanencia en la OTAN un día preprimaveral de marzo, que no tuvimos colegio, en un acto de onanismo mental nunca lo suficientemente aclarado. En el plano siniestro, fue el año del estallido de lanzadera espacial challenger, el brutal atentado de la Plaza República Dominicana de Madrid, del asesinato de Olof Palme y del desastre nuclear de Chernobil . En las ondas triunfaban Luz Casal con «Rufino», Olé Olé con «Lily Marlen» y Miguel Bosé con «Nena». Parece ser, incluso, que se produjo un inusitado acontecimiento musical al sacar un disco Agustín Pantoja , pero fíese usted de internet...

Lo que no teníamos situado ese año era la aparición en el mercado de «Tristón» , aquel meloso y simpático perro de trapo, que pronto llegó a miles de habitaciones de niños gracias una aguda campaña publicitaria en la que pedía «un amiguito, un hogar y mucho amor», en una sintonía muy pegadiza. Tampoco éramos conscientes de que aquel chucho de orejas largas y arrugados belfos se fabricaba en Paredes de Nava , villa palentina de imponentes iglesias y cuna de los Berruguete , en una empresa de juguetes que acaba de cerrar, propiedad de los hermanos Pedro y José Luis Gallego . «Tristón» venía a ser un «Platero» moderno pero sin la literatura del poeta de Moguer, y eso que Jorge Manrique también nació en Paredes. Un reflejo de la España urbanita que empezaba a tener mascotas de peluche en sus pisos, a la que un burro tordo en la cuadra o pastando en el prado le sonaba a chino.

Tanto en China, por la competencia feroz de este mercado junto a otros países asiáticos, como en el cambio de gustos de los juguetes hay que buscar el origen del final de esta firma, según sus propietarios, que también conoció el éxito en la década de los noventa con el popular Cococrash . Si profundizamos un poco más, la conclusión resulta demoledora. Con un índice de natalidad por los suelos, desciende la demanda real de juguetes . Ya se asume incluso la idea de que «los niños molestan» y se les prohíbe la entrada a algunos hoteles y restaurantes. En cambio, ponemos moqueta a las mascotas de carne y hueso, las vestimos, en una humanización aberrante que demuestra un alto grado de estupidez. El ocaso de una civilización. Sin duda.

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