Ignacio Miranda - Por mi vereda

Recordemos al rey sabio

Un hombre de letras y de campo, de ciencia y de fe, de leyes y de acción, que supo compendiar todo el saber de entonces, sin abandonar su condición de gobernante

No hubo campo del saber por el que no mostrara interés, ámbito de la ciencia que se le resistiera, rama de las artes que no le gustara. Por eso, la empresa que acomete este mes de mayo Segovia para rendir homenaje a Alfonso X El Sabio tiene indudable mérito. Nos hemos acostumbrado tanto a las discusiones de patio de vecindad en plan «Sálvame» y a la vanidad friqui de las redes sociales que apenas tenemos tiempo para recordar a las figuras realmente señeras de nuestra historia. Porque luego la clase política tampoco contribuye. Nos movemos entre la indigencia intelectual de Adriana Lastra con o sin chupa vaquera, los mofletes de Alberto Casero en tarde de espantá y el aire macarra de Gabriel Rufián que nos perdona la vida. Y así es muy difícil pensar en que hubo un tiempo en el que los dirigentes eran otra cosa. Además de seguir afianzando la Reconquista, fueron capaces de proteger la cultura y compendiar lo mejor de las tres religiones que convivieron en aquel medievo.

El Ayuntamiento de Segovia, el Ministerio de Defensa a través del Alcázar, la FEMP, el cabildo de la Catedral, los ajedrecistas y los halconeros aúnan esfuerzos para divulgar en diferentes actividades la arrolladora personalidad de este rey de Castilla, de cuyo nacimiento en Toledo se cumplieron ocho siglos el pasado año. Un hombre de letras y de campo, de ciencia y de fe, de leyes y de acción, que supo compendiar todo el saber de entonces, sin abandonar su condición de gobernante. Qué decir del rey que impulsó el Código de las Siete Partidas, una suma de las costumbres de Castilla al derecho romano que tuvo vigencia hasta la promulgación del Código Civil en el siglo XIX. Qué explicar del promotor de la Escuela de Traductores de Toledo, donde coincidían intelectuales cristianos, hebreos y musulmanes en la edición de libros bajo su supervisión en una clara muestra de la universalidad del saber.

Fue gran defensor del castellano como lengua vernácula y la articulación inicial de su prosa. Un apasionado cazador que amaba el arte de la cetrería, ya practicado en época visigoda, perfeccionado por los árabes y recogido en algunos tratados de su tiempo. Ítem más. Promovió la creación del Concejo de la Mesta, base de la ganadería trashumante que aprovechaba los pastos en itinerarios norte-sur por cañadas, veredas y cordeles, con presencia notable de la oveja merina cuya lana se cotizaba en toda Europa. Auspició la celebración de ferias y la edición de libros como la General Estoria, las Tablas Alfonsíes con la astronomía de entonces -que le fascinaba- y las Cantigas de Santa María, ejemplo de su devoción mariana. Un espíritu inquieto, un mecenas preocupado por la transferencia del conocimiento como base del progreso, un monarca que soñó lo mejor para su pueblo desde el encuentro, la cultura y la visión a largo plazo. Su huella perdura.

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