Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Puntilla burocrática
«Al campo español le condenan el individualismo, la falta de servicios, las deficientes telecomunicaciones. Pero la puntilla se la da el exceso de burocracia»
En el repertorio de charangas tan socorrido en las fiestas también existe una gradación. Si «Paquito el chocolatero» puede resultar incluso elegante, el panorama ya cambia con la canción dedicada a la Ramona, la más gorda de las mozas de mi pueblo, que popularizó Fernando Esteso con aires de pop. Y ya en la sima con un contexto plenamente etílico, surge la de «Si te ha pillao la vaca jódeté, jodeté”, que pasa de esdrújula a aguda para enfatizar. Pues una vaca mansa huida del cercado y atropellada por un tren de vía estrecha, una Administración de insaciable voracidad recaudatoria y un humilde ganadero leonés perseguido con rabia son los ingredientes de la amarga historia de José Ignacio Álvarez Sierra, conocido como Nayu en su en su localidad, Ranedo de Curueño.
En verano, la res rompió una alambrada donde pastaba y se fue a carear por junto a la vía de FEVE, con tan mala suerte que en ese momento pasó sin viajeros el convoy León-Cistierna. La vaca anhelaba la libertad regordía de Junqueras. Al instinto animal no hay quien lo pare. Así, resultó malherida en el espinazo y tuvo que ser vendida. Fue un siniestro sin consecuencias. La maquinaria administrativa se puso en marcha ipso facto. Al poco tiempo, Nayu recibe una notificación de la Agencia Estatal de Seguridad Ferroviaria, con una multa de 800 euros por lo ocurrido, que paga en tiempo y forma. Después, como colofón, la Delegación del Gobierno en Castilla y León instruye otro expediente sancionador por 38.000 euros contra el honrado ganadero. Por fortuna, esta semana no se ha consumado el abuso, porque ante la polémica generada la Administración ha reculado.
De lo contrario, sería un auténtico atropello. José Ignacio, que antaño practicó la lucha leonesa, ha tenido que soportar muchas humillaciones por sacar adelante su explotación pecuaria de un centenar de cabezas, por querer vivir de la ganadería como vocación, por aportar actividad al despoblado medio rural. El irrisorio precio de la leche, las dificultades para su recogida, las complicaciones de los saneamientos veterinarios, el duro trabajo de los 365 días del año, el costo brutal del forraje en años de sequía, las moscas, las peleas con los bancos. Sin embargo, como el escarnio de esta multa, ninguna. Mantener su granja abierta es una hazaña que exige fortaleza física y mental.
Ahí sigue al pie del cañón, echando el pienso, limpiando cuadras, empuñando la purridera para acarrear paja. Sin la calefacción ni el aire acondicionado de los modernos tractores. Al campo español le condenan el individualismo, la falta de servicios, las deficientes telecomunicaciones. Pero la puntilla se la da el exceso de burocracia.