Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
El patrón mular de Washington
«Excepcional que el primer presidente de Estados Unidos confiara su patrón mular al pollino de nuestra tierra. Ahora solo falta que los productores de Netflix lleven a una serie tan singular aventura basada en hechos reales»
José Emilio Yanes es un veterinario con una vocación divulgativa admirable, con un descomunal amor por lo nuestro, con un concepto claro del bienestar del ganado sin caer en las aberraciones del animalismo. Tan pronto escribe libros sobre los palomares que jalonan Tierra de Campos como estudia las razas autóctonas de Castilla y León, con algún guiño a las explotaciones singulares de perdiz, faisán o avestruz. Entre sus debilidades, figura la defensa acérrima del burro zamorano-leonés, un animal rústico, sobrio y corpulento, de extremidades fuertes, pelo largo entre negro zaíno y castaño, como salido de las capas pardas de Aliste. Mide 1,45 de alzada a la cruz, resulta muy apto para el trabajo, y es una de las tres razas asnales de España, junto al catalán y el andaluz.
En sus minuciosas investigaciones al respecto, Yanes ha publicado una magnífica obra acerca del garañón de esta raza que Carlos III regaló a George Washington cuando aún no era presidente de Estados Unidos, sino un terrateniente con plantaciones de tabaco y trigo en su finca familiar de Mount Vernon, Virginia. Porque además, como militar, tenía muy clara la necesidad de contar con mulas poderosas para el trabajo y la carga como las españolas, inexistentes en esa parte de América, para ser utilizadas por su fuerza motriz y resistencia en las labores de campo. Tampoco había asnos adecuados para este fin, por lo que su idea sería posible con un garañón para cubrir las yeguas de allí. Insistió en el encargo y logró este presente por la generosidad del monarca ilustrado, que autorizó el envío de dos burros zamoranos, aunque solo llegó vivo uno -al que acompañaba un mozo llamado Pedro Téllez-, pues el otro pereció en el viaje.
De modo que, entre 1785 y 1796, el semental dejó una amplia progenie de centenares de mulas en esos estados atlánticos, en parte por la publicidad en prensa que su propietario hizo de las virtudes del animal. Que el marketing yanqui no ha surgido ahora. Yanes insiste, con rigor histórico, en ir más allá de mera anécdota para resaltar la creación zootécnica de Washington, artífice de una revolución en la agricultura que tanto contribuyó después a la conquista del Oeste. Dimos a América una lengua, una cultura, una fe, un derecho de gentes. Fundamos universidades y llevamos los équidos al Nuevo Mundo. Normal que tengamos un premio Nobel de Huelva que describiera primorosamente a un burro. Excepcional que el primer presidente de Estados Unidos confiara su patrón mular al pollino de nuestra tierra. Ahora solo falta que los productores de Netflix lleven a una serie tan singular aventura basada en hechos reales. Ahí lo dejo. Éxito seguro.