Ignacio Miranda - POR MI VEREDA
Música para emocionar
«Cuando dos personas de talento coinciden, su valía se multiplica. Ocurre lo contrario que con los mediocres, que suman poco o incluso restan»
Hace ya ocho años que la televisión autonómica promovió un programa para conocer quién era el castellano y leonés más relevante de la historia. Que, en estas tierras, por personajes destacados no queda. Encabezó la lista Isabel la Católica, seguida por Adolfo Suárez, El Cid, Santa Teresa de Jesús, Miguel Delibes y Félix Rodríguez de la Fuente. Listado que refleja que los espectadores, la opinión pública o la sociedad civil tiene a menudo más criterio de lo que se cree. De las figuras contemporáneas, que completaba Vicente del Bosque, llama poderosamente la atención la presencia del naturalista de Poza de la Sal, el soberbio comunicador que ocupa un lugar privilegiado en nuestra memoria colectiva, de cuya prematura desaparición se han cumplido esta semana 41 años. Justo cuando también nos ha dejado un hombre muy ligado a él, el músico Antón García Abril, hasta el punto de que, para muchos y a pesar de su amplia creación sinfónica, ha pasado a la posteridad como el autor de la vibrante sintonía de «El hombre y la Tierra».
Cuando dos personas de talento coinciden, su valía se multiplica. Ocurre lo contrario que con los mediocres, que suman poco o incluso restan. Ya lo decía el aforismo latino: «Asinus asinum fricat». Basta con mirar al devaluado patio político de mindundis, trileros e indocumentados para comprobarlo. En aquel momento, caminando por la paz infinita de la Alcarria, el compositor y el divulgador, en comunión espiritual de ideas brillantes, gestaron una obra excepcional, cuando RTVE informaba, formaba y cumplía su función básica de servicio público. Televisión con mayúsculas. Nada que ver con el negociado sectario de Roja María Mateo. En la serie sobre fauna ibérica, la banda sonora, con su sugerente inicio y su percusión espectacular, fue la mejor seña de identidad, de la mano del lobo y el muflón, el lince y el oso.
Pero la carrera de García Abril, catedrático del Real Conservatorio de Madrid, ya se había subido al carro del éxito con la pegadiza música de «“Sor Citroën». Luego llegarían la solemne de «Ramón y Cajal», la sublime guitarra del «Duelo de navajas» en «Curro Jiménez», la melodía romántica de «Anillos de oro» y la descarnada realidad humana de la dehesa extremeña en «Los santos inocentes», sin olvidar el ritmo elegante de «Fortunata y Jacinta» o el siniestro de «Brigada Central».
Inspirado en la creación popular y en los grandes poetas españoles, en sus entrevistas señalaba que la música debe ser un arte de belleza sonora lo más alejado posible del ruido. Ahí es nada. Y que traspase el oído para llegar al corazón por su hondura, que despierte los sentimientos por su belleza y empaque, como un idioma universal. Con capacidad de emocionar. La definición perfecta de un magisterio genial, auténtico e inolvidable para millones de españoles. Gracias, Antón.