Ignacio Miranda - POR MI VEREDA

Su memoria exige justicia

«Porque los miles de muertos de ahora no cuentan, aunque hayan sudado tinta durante décadas por levantar este país y hayan sido el paraguas de sus familias en la crisis»

Ignacio Miranda

Entre tanta interpretación marchosa del «Resistiré» desde balcones y ventanas, con sirenas de ambulancias y vehículos de las Fuerzas de Seguridad unidos a la performance vespertina, entre ovaciones sin vueltas al ruedo, el NODO de la Sexta nos impide ver la cruel realidad. Venga, que todo va a salir bien, estamos en manos de unos gobernantes providenciales, viva la gente y tal. Porque los miles de muertos de ahora no cuentan, aunque hayan sudado tinta durante décadas por levantar este país y hayan sido el paraguas de sus familias en la crisis. No son como los fusilados en las cunetas. Ir a un hospital con ochenta años en estos funestos días es sinónimo de condena, de pena capital, de garrote vil tras una vida cotizando a la Seguridad Social, de llegar a un cadalso en lugar de una cama con respirador para recuperarse. Porque los viejos molestan cuando prevalece como objetivo prioritario evitar el colapso de Cuidados Intensivos. Tras semejante barbaridad, que nos pone en cabeza de fallecidos víctimas del coronavirus por millón de habitantes, se bloquean los servicios funerarios. Sobre todo en Madrid, donde se tornan realidad las desgarradas palabras de Dámaso Alonso en su poema «Insomnio», cuando hiperbolizaba sobre la podredumbre de una ciudad con un millón de cadáveres en la posguerra. A la espera de escrutar los datos del Registro Civil, lo cierto es que cada jornada empresas de pompas fúnebres de provincias próximas a la capital tienen que realizar viajes a las morgues donde reposan los féretros, únicamente visitados por el sacerdote que reza un responso. Es el caso de La Soledad, que incinera en sus instalaciones de Medina del Campo hasta ocho cuerpos diarios procedentes de Madrid, donde el retraso acumulado en este servicio ronda la semana.

Un ejemplo de solidaridad post mortem muy de agradecer, pero llega tarde. La España del estado del bienestar, con una de las longevidades más altas del mundo, les dejó morir abandonados porque no se pueden malgastar recursos sanitarios con ellos durante la pandemia. Mucho antes del Viernes Santo, la exultante primavera se tiñó de dolor y luto, aunque no lo decrete un Gobierno negligente, manipulador y mezquino, el mismo que se ampara en el estado de alarma para imponer limitaciones propias del de excepción. Murieron en silencio, solos, desvalidos. Su memoria exige justicia. Su descanso, conocer la verdad. Sin paliativos.

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